Author: Anfechen
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25 ventilaciones y 105 pulsaciones por minuto, mi caminar rítmico y acompasado se limita al sonido de un triste piano que no concuerda con la alocada cuidad, sus autos, bocinas y la algarabía que poco entiende de un corazón destrozado por la insistencia de la tristeza. Aún así, es necesario agradecer que la fuerza de roce me permita avanzar a aquel destino que quiero y simultáneamente no deseo llegar. Elimino pasos de a poco, gastando las suelas de mis zapatos y pensando que de alguna manera aquel concreto también se gasta cuando mis 50 kilogramos, distribuidos en 206 huesos, una escasa cantidad de tejido muscular y aún menos de adiposo, avanzan obstinadamente de un lado a otro de la calle. Es cierto, debería pensar que no sólo yo transito por la calzada, que un sin número de vehículos y otras personas unidos a mi lograrían machacar en algo el insensible cemento. Pero me veo sola, y cuando se está sólo con un corazón roto y un alma pegada con tela adhesiva de dudosa calidad, no es momento de pensar en unidad, ni mucho menos en multitudes, cuya sensibilidad no sobrepasa la de un hacha mal afilada…
El camino se queda atrás mientras avanzo, los rayos del sol impactan contra mi blusa blanca e inmediatamente se reflejan, los que alcanzan mis brazos desnudos inciden directamente en mi piel y crean algún daño celular del que me arrepentiré en unos cuantos años. Eso me recuerda dos cosas; es verano y la capa de ozono está cada vez más delgada, vivo al fin del mundo y por tanto, probablemente el agujero del que tanto se habla puede estar justo sobre mi acalorada cabeza.
De pronto sin notarlo, mi destino aparece de forma súbita e inevitable, puedo explicar claramente cómo llegue a este lugar, pero me es imposible decir el por qué. Sé que no me hace sentir mejor el estar a metros de un cuerpo que a diferencia del mio no ventila, en una situación que de seguro nunca pasó por mi limitada mente. Es que nunca imaginas que la realidad será precisamente como es…Terrible, malvada y cruel.