Author: Anfechen
•15:21
Su voz era amplificada por un megafono pequeño, su mensaje era fuerte y claro, sin eufemismos, sin miedos, era tal como decía; su verdad. Como era de esperar, los transeúntes caminaban de un lado a otro, algunos ignoraban la existencia de la mujer, mientras otros se debatían entre escuchar o seguir a su destino sin interrupciones. Petrificada en la otra acera observé con atención, no es lo mio analizar el comportamiento social, eso es territorio de mi amado. Sin embargo, me permitiré expresar que fue entonces cuando entendí que en mi pequeña ciudad que evoluciona día a día, se ha estacionado aquel terrible nubarrón de individualismo, esa franca falta de atención hacia lo que aqueja a otros, sin notar siquiera que los problemas de aquella mujer son los propios, sin detenerse a pensar que ante males homogéneos se requiere de una lucha en conjunto. La falta de atención a aquella madre desesperada por los frutos podridos del capitalismo, la injusticia y fraudulencias gubernamentales, no es más que el reflejo de la propia resignación ante la explotación del empresario descorazonado hacia el obrero, el mismo que, porque no decirlo, se encuentra aquejado por una enfermedad crónica heredada de los tiempos de represión y dictadura; el miedo. Sí, pues no es novedad ninguna que gran parte de la generación nacida y educada en aquella época, prefiere juzgar por loco, anarquista, comunista, o hasta delicuente a aquel que alza la voz por una injusticia, que difiende un derecho que jamás debió ser vulnerado.
Entonces, es mejor vivir en un mundo de fantasía, donde una tarjeta de crédito te hace sentir dueño del mundo (pues compras un plasma y te dan un DVD en cómodas 24 cuotas que te harán pagar dos veces el valor del televisor y el regalo) en lugar de esclavo de algún empresario que no conoces ni te conoce, pero que no obstante se satisface del dinero que juntas día a día con el sudor de tu frente. Curioso, pero así funciona el mundo, todos los sabemos, a todos nos molesta, todos lo reclamamos en alguna cena familiar cuando sale el tema, mi duda es...por qué no todos nos juntamos un día y le gritamos eso a alguien. ¿Aún queda miedo? Ah, claro está, nuestra bonita democracia se alegra de regalar lágrimas y golpes a quienes protestamos, se siente satisfecha y segura de tener un arsenal de violentos carabineros, esa arma de doble filo, que no sabes si te cuida o agrede cuando piensas diferente. O qué tal si todos dejamos de comprar en aquellos lugares, qué tal si boicoteamos las multinacionales, esos monumentos y templos del dios dinero.
La mujer terminó su discurso, esperaba que la escuchase el gobernador de Los Andes, pero éste jamás se asomó, supongo que para el no es importante el gran problema que aqueja a una pobladora de su ciudad...supongo que me equivoqué cuando creí que realmente estaban ahí para velar por nuestros intereses. Quizás por esa razón me hierve la sangre el saber que aquel fofo individuo come y se viste gracias a todos nosotros, el pueblo que se niega a oír, los que paramos su propia olla y platos de comida. Injusto, sencillamente injusto, que un ser humano con la misma cantidad de cromosomas se crea tan superior como para no escuchar el problema de alguien exactamente igual a él, a diferencia de un simbólico cargo que sólo lo vuelve más despreciable...
Las palabras finalizaron, el megafono fue apagado, la mujer bajó la cabeza cansada, mi amado y yo aplaudimos con más energía que nunca, alguien se contagio y también aplaudió, entonces aquella señora desapareció entre la multitud de la atestada calle Esmeralda. El gobernador jamás pareció enterarse de nada, honestamente me sobraban las ganas de quebrar un vidrio del maldito edificio, pero recordé que así no se consigue más que entregarle argumentos al enemigo, el que se jactará de civilizado por no violentar, aunque nos violenten a diario con las injusticias cometidas, aunque sus modos de agresión sean inmensamente superiores y nocivos, sin medir entre el uso de golpes físicos o el empleo de químicos...qué vendrá luego, inoculación de algunos virus en nombre del "orden y patria", francamente, no lo sé.
Author: Anfechen
•18:56

Aquel libro me observaba de forma acusadora, no es que me afectara tener un bien público en mi poder y robarle algo al estado, lo que en realidad me abrumaba era no entregar el libro a la única trabajadora de la biblioteca municipal, la bella bibliotecaria, sólo porque esta no tenía voz.

Ya había pasado una semana desde entonces, y de forma infantil había tomado colectivo cada día para no toparme con ella en la micro, una terrible decisión para mi presupuesto, pero mucho peor para mis ganas abominables de verle aunque fuese de lejos. Sí, era contradictorio, me debatía entre ver su hermoso rostro de nuevo, y desentrañar el significado de cada una de sus miradas de misterio, enfrentando la noticia más sorprendente de mi vida. Y la cómoda idea de fingir que la mujer más atractiva del universo no existía.

Sin pensarlo más de la cuenta, tomé el libro y mi chaqueta, esta tarde iría a la biblioteca, hablaría con ella, me disculparía por ser tan vergonzosamente estúpido y leería, aún no me acostumbraba a la idea, todos sus papeles impresos. Eso sí, hablaría de forma normal, eso era lo que más temía en realidad, qué tal si comenzaba a hacer señas con las manos o alzar la voz cual si ella fuese también sorda. Debía prepararme para no volver a hacer eso, pues al parecer, le incomodaba. Bueno, a quién no, de seguro me veía estúpido gesticulando.
El camino fue eterno, al fin llegué ante el portero, ahí estaba ella, hermosa como siempre enfrascada en un libro, curiosamente, era igual al que yo devolvería. La observé por algunos minutos, hasta que al fin hablé.- Hola, vengo a pagar la multa de este…libro.-Me interrumpí cuando sacó su mirada de las hojas y la lanzó a mis ojos con un dejo de indignación y sorpresa. Luego me extendió la mano para recibirlo y comenzó a teclear en la computadora, tomó una hoja de oficio y un plumón para escribir con números gigantes el total de la multa. Pagué de inmediato y le pregunté si podría invitarla a un café, ella negó con la cabeza y me miró, ahora sí, con auténtico enfado.

No me moví de ahí, quería que me escribiese algo, lo que fuese. Me ignoró por completo durante toda una hora, comenzó a oír a Bach y menear la cabeza mientras dibujaba algo que parecía una historieta. Dibujaba bastante bien, la historia era novedosa y entretenida, con mensajes sociales, lo sabía, la chica debía ser una revolucionaria. -¿Cuándo la termine puedo verla?- pregunté con cautela, ella me miró por un momento, parecía debatirse entre una buena o mala respuesta, al final sonrió y me miró de un modo que no necesitó palabras para reforzar nada. Aquí y en cualquier lugar del mundo eso era un, “de acuerdo”.

Observó el reloj y tomó rápidamente su abrigo, se desordenó el cabello para ocultarlo bajo la boina y me señaló un cartel que decía.-“No voy a quedarme horas extras”.- mientras sonreía. Aprovechando aquella oleada de buen humor, le volví a invitar a un café, nuevamente me miró asintiendo con la sonrisa más pura que he visto. En respuesta a eso, mi corazón comenzó una acelerada carrera, sé que le sonreí de forma refleja, y sin pensarlo tomé su mano. Para mi sorpresa, no me golpeó, se ruborizó un poco, observó nuestras manos y retiró la de ella delicadamente, luego sonrió nerviosa y comenzó a correr. Como era de esperar la seguí, cuando al fin llegué a su lado, aún sonreía. Me observó inquieta, buscó en su portafolio y me mostró la hoja que decía.- “¿Cómo está/s?- Como nunca, respondí. Su mirada inquisidora, ya no era gélida, si no que tierna, sus ojos eran una mezcla entre verde y miel. Estoy feliz como nunca había estado antes, agregué. Buscando en su portafolio, seleccionó tres hojas que decían;
-“Tú vida no ha tenido muchas emociones entonces, amigo”, “Que tal si vas a un parque de diversiones” y la última decía “¿Cuál es su/tú nombre?
Respondí a todas de una vez.- Ha sido bastante emocionante y no sabe cuánto, los parques de diversiones no me agradan, son una oda al capitalismo, ¿Hay algo peor que cancelar por divertirme? Mi nombre es Franco. Ella observaba sonriendo, mientras levantaba un nuevo papel que rezaba -“Anticapitalista = amigo”.

Aunque nunca fuimos por el prometido café, paseamos por una alameda hasta que el sol se ocultó, las horas pasaban muy rápido en su compañía. Fue muchísimo más cómodo de lo nunca imaginé, probablemente porque su rostro era tan expresivo que en ocasiones no necesitaba el respaldo de las hojas para saber qué quería decir. Esa fue la primera vez que regresamos juntos en la micro, me ofrecí bajar antes y dejarla en la puerta de su casa, pero se negó rotundamente.
Pensé en ella todo el camino a casa, realmente la felicidad me desbordaba, no era como la imaginaba para nada, era increíblemente diferente a todas mis expectativas y por lo mismo aún más atractiva.
En varios mensajes de texto le conté que escribía para un diario local, que repudiaba el capitalismo como semilla de todos los frutos podridos que tenían el mundo en esta evidente decadencia, y que clandestinamente, luego de mi horario de trabajo imprimía una revista que enunciaba todos aquellas noticias que el diario omitía por la evidente manipulación política sobre los medios de comunicación masiva.

Así pasó el tiempo, y cada día intercambiamos más ideas, a medida que transcurrían los meses, Carla ya no empleaba tanto su portafolio, sino que escribía con una caligráfica letra gotica varias de sus ideas. Aunque no sabía nada sobre su familia o amigos, aunque no conocía su casa, ni sabía de donde salía para tomar la micro, ella se transformó irrevocablemente en parte de mi vida, no sabía nada de su mundo concreto, pero sus ideales eran tan tangibles como los míos.

Ya habían transcurrido los dos meses más bellos de mi vida, cuando aquel lunes primaveral la esperaba con un ramo de flores. Como de costumbre el paradero estaba vacío, ya que Carla solía surgir de la calle en su apresurada carrera. Sin embargo, no apareció. El conductor esperó unos minutos más y luego me observó incrédulo.-¿La niña está enferma hoy?- No lo sé, respondí, no la veo desde el viernes. El me miró sin entender. No es mi novia, agregué, más quisiera yo…, somos amigos, sólo la veo en los trayectos y cuando la recojo del trabajo, no sé dónde vive. El sonrió y me dijo, ya veo. Es curioso sabe, desde que la conozco nunca ha faltado a trabajar, tiene una salud envidiable. Su comentario, me preocupó muchísimo más.

El camino a mi trabajo fue difícil, por más que le envié mensajes no obtuve respuestas. Al llegar al diario vi algo sorprendente. Un enorme mural con la primera parte de su historieta me observaba intranquilo. En la parte inferior derecha, negras letras góticas firmaban con su nombre.
Mi día de trabajo fue terrible, la ansiedad definitivamente nunca fue mi amiga, esa tarde corrí literalmente a la biblioteca, que se encontraba misteriosamente cerrada. El portero me preguntó por ella, y entonces supe que no obtendría más información en ese lugar. Busqué a Marcos, su amigo, el sujeto tampoco sabía nada ni conocía su dirección. Todos coincidían en una sola cosa, Carla jamás había faltado al trabajo. Un día de ausencia, no obligaba a nadie a preocuparse, a nadie que no fuese yo. Para ellos resultaba fácil, sus corazones no latían al compás del de ella. Francamente, estaba desesperado, algo me decía que no la vería más. Mi misteriosa amada le hacía honor a su nombre, ni siquiera en su lugar de trabajo conocían su dirección, al parecer muchos parecían evitar entablar mayores conversaciones con ella, de seguro por su “escucha activa”.
Luego de tres asfixiantes días sin la bibliotecaria, decidí buscarla de veras, entonces agradecí por mis rasgos psicópatas, le había tomado una fotografía escondido, y comencé a mostrar su foto en los alrededores de donde debía estar su casa. Para mi sorpresa, nadie parecía identificarla, la mujer del portafolio, mi amada Carla, sólo parecía ser visible para el sujeto de la micro.


Fin
Author: Anfechen
•15:04
Una ilusión rota más, a quién le importaba, ¿Debía importarme? ¿Es que acaso en algún momento creí que tendría alguien a quien comunicarle algunos de mis pensamientos? En realidad, sí lo había pensado en algún momento. A mis 22 años la vida avanzaba rutinariamente, probablemente por mi empleo silencioso de bibliotecaria, pero a quién quería engañar, era el mejor trabajo para alguien como yo, una mujer sin voz. Sólo debía señalar los letreros de “buenos días”, “qué titulo desea”, y otros. Por otra parte, la biblioteca municipal no era el sitio más frecuentado de la ciudad, y ya conocía a casi todos, razón por la que mis frases predeterminadas volvían muy prácticas las conversaciones.
No era infeliz por mis años de escucha activa, como solía llamar a mi inhabilidad de articular pensamientos, ya que me había otorgado de forma obligatoria la capacidad de analizar el comportamiento de quienes me rodeaban, y de algún modo observaba eso como una ventaja.

No siempre fui muda, hasta los siete años hablaba como los demás, mi voz se apagó junto con la de aquel hombre, esa gris tarde de mayo. Recuerdo que vivíamos en la calle, decía que me había encontrado siendo muy pequeña, y que no le había quedado más remedio que cuidarme, creía que era lista y que sería el legado de sus ideas. Creo que en el fondo me quería, me atrevería a decir que como un padre, aunque no lo demostrase. Era un agitador de masas, capaz de mover montañas de personas con elocuentes discursos poco comunes en un indigente, sus palabras evidenciaban que vivía en la calle por rechazo al sistema más que por destino, solía decirme que no le harían callar a menos que su voz fuese destrozada, tenía fe en que alguna vez yo pudiese encender los ánimos como él. Aquella tarde los tumultos fueron más allá de lo esperado, lo detuvieron y lo último que me dijo fue.-Mantente a salvo, no hables.-Entonces comprendí que las armas podían más que los argumentos cuando estos no eran realmente escuchados. Siempre pensé que debía ser muy difícil tratar de explicar a un militar con fúsil en mano, alguna palabra diferente a “fuego”, o “alto al fuego”, dudaba que en su cabeza pudiese ingresar información adicional a cómo jalar un gatillo, o cómo humillar más a un ser humano. Cualquier cosa que rompiese sus esquemas, ensuciara sus uniformes, o peor aún, insultase a los símbolos que les otorgaban seguridad, resultaba peligrosa y pronta a extinguir. De seguro, para aquellos pobres uniformados, era abrumador oír a aquel hombre gritarles que abrieran los ojos, que eran manipulados por un gobierno, que en lugar de defender la patria estaban manchando la historia con sangre inocente, y de paso sumando ceros a la derecha de las ya suculentas cuentas de los comandantes ante los que debían humillarse y cuadrarse a diario. Supongo que tanta información en tan poco tiempo, los asustó tanto que jalaron el gatillo, cual si las balas cambiasen esa realidad tan molesta, como si aquello viviese en una persona y no en sus propias vidas.

Luego de huir despavorida, concluí una sola cosa, los gritos no conducen a nada bueno, las voces no son buenas. Alguna parte de mi cerebro, esa que debía trabajar para que mis cuerdas vocales vibrasen a voluntad generando sonidos, se bloqueó para siempre.
A veces, cuando me sentía fuerte, segura e invulnerable, intentaba inútilmente emitir sonidos, pero el resultado siempre era frustrante.
Pasaría algún tiempo para que me enviaran a un hogar de menores, obtuviese algo de educación y consiguiera lo que obtuve hasta ahora. Esa era la historia de mi vida, una historia que nadie conocía, no era algo digno de ocupar frases en el portafolio, no quería parecer vulnerable, ya generaba lástima por mi “escucha activa”, sumar la triste historia del porqué, sólo empeoraría las cosas.

Tenía un solo amigo, Marcos, cada viernes me invitaba a un café para hablar interminablemente de su trabajo, de las muchachas que conocía y luego disculparse para agregar.-¿Algo que escribirme?- Yo sonreía, irónicamente y escribía algo desagradable que le hacía reír.

De vuelta a la realidad y al presente, entré a la biblioteca enfadada, arrojando el abrigo y encendiendo la radio de forma brusca. El portero me siguió preocupado, ¿Ocurre algo Carla?- Mostré el cartel predeterminado que más me representaba en esos momentos.- Todo mal, vete al diablo. El sonrió y me dijo, tienes problemas del corazón, me burlé y esta vez escribí.- ¿Desde cuando eres cardiólogo?- El siguió silbando y hablando del amor. El amor y un fastidio, pensé, entonces continué con mi habitual labor de plagar el portafolio de imágenes buenas, de esas que dicen más que mil palabras. Lo que de verdad me enfadaba era el no tener que escribir algo nuevo en mi portafolio, siempre las mismas frases, nadie a quien decir algo para lo que no existiesen palabras. Al no hablar, tenía la ventaja de pensar bien antes de escribir, y hasta ahora, nunca había sentido la necesidad de inventar una palabra nueva, para expresar un sentimiento descomunal.

No sé qué me hizo creer que el sujeto de la micro aparecería como algo importante en mi vida, quizás su mirada transparente, diferente a todas las demás, su nerviosismo al hablar era sencillamente…tierno. Lo observé atentamente, de un modo más discreto que el suyo, claro está, quizás nunca lo notó. Es extraño, pero la vez que me siguió al trabajo, no sentí ganas de golpearle, quería que me hablase, saber de él.

Atendí con frases pesadas a todos los concurrieron a la biblioteca ese día, todos notaron que algo me pasaba, y en lugar de enfadarse por mis malas palabras sonreían, cual si fuese un bebé diciendo groserías. Mi frase más usada durante toda esa semana fue; "Cuando hables procura que tus palabras sean mejores que el silencio".

¿Fin?