Author: Anfechen
•6:32
Dejé de hablarle por un tiempo y sólo entré en su mente cuando lo consideré extremadamente necesario, es decir, en aquellos momentos en que quería autoinmolarse en alguna protesta o detonar alguna bomba. Para los de la resistencia, Isabel era la más valiente del grupo y digna de la admiración de todos, la respetaban tanto que nadie se atrevía a frenarla. La mayoría desconocía la historia de mi muerte, pues había reclutado nuevas personas en una nueva cuidad. Inteligente como era, sabía que allí nadie podría frenar una muerte por negligencia, como solía pensar ella. Su carisma resultaba abrumador. No charlaba con nadie sobre su vida privada, rechazaba invitaciones con la excusa de lo ocupada que la mantenían los planes de alguna nueva acción. Pero en realidad, cada vez que llegaba a casa se sumía en la tristeza recordándome. Cada noche me pedía que le cuidara los sueños, y la abrazara con ternura, yo lo intentaba en vano y le susurraba palabras dulces, como hacía en vida. Para mi fortuna, ella las interpretaba como un regalo del subconsciente y no como características de un duelo patológico. Aquellas horas de sueño, eran nuestras favoritas, podíamos amarnos sin culpas de ningún tipo. Ella no sentía mi ausencia, y yo me sentía casi vivo.


El otoño dio paso al invierno, y este a la primavera, las flores despedían su aroma y también sus sustancias alérgenas, Isabel siempre despotricaba contra eso. Adoraba el aroma floral, pero su sistema inmune no concordaba con sus gustos. Razón por la que solíamos limitar nuestras salidas en primavera, pues mi princesa odiaba los medicamentos, las farmacias, y se enfadaba explicando que no daría su dinero a los ricos. Yo me burlaba de su obstinación y cuando su enojo aumentaba a velocidades alarmantes, decidía que era momento de comprarle algún caramelo. Esos eran los recuerdos de Isabel un día de noviembre en que desenvolvía un kilo de dulces, mientras las lágrimas le inundaban el rostro. Se cumplían ya varios meses de mi muerte. Su pena era tan abrumadora que a veces me indignaba, y le mandaba una enorme brisa para que entendiera que no estaba sola. La reacción siempre era la misma. Se secaba las lágrimas y miraba al cielo diciendo que me amaba. Yo me acercaba a ella y un escalofrío la envolvía.

Aún con su enorme pena, debía seguir con la vida y los planes, pues el mundo no tenía minutos de su ocupada agenda destinados a llorar por mi, eso fue lo que dijo un día en que la tristeza la sacudió y le impedía salir de la cama. Entonces pensé que ya estaría superando el duelo, pero nunca era así. Sus oleadas de optimismo desaparecían tan pronto como llegaban.
Los planes de Isabel funcionaban como lo planeado, salvo en lo que su imagen generaba en los demás. Estoy seguro que si hubiese dependido de ella, jamás habría deseado enamorar tanto a un hombre. Pero, así ocurrió. El se llamaba Marcos, era un joven activista, valiente pero sensato que siempre la acompañaba para todas partes. En cuanto lo conocimos nos dio buena espina. Le hacía reír, razón por la que me agradó en seguida, pues desde la fecha de mi muerte que no había observado lo guapa que se veía sonriendo.
Pasaron unos cuantos meses, Marcos la frecuentaba cuánto podía y como era de esperar el quedó loco por ella, no lo culpo por eso, aquello podría pasarle a cualquiera, pero honestamente, lo odié en cuánto supe que la amaba tanto. Sé que fue de manera irreflexiva y estúpida, considerando que aquel idiota podía darle todo lo que yo no. Partiendo por la razón obvia de que ella si le veía y no dudaba de su integridad psíquica cuando el sujeto le hablaba. Tenía muchas razones para tener celos de él. Y no todas se relacionaban con que el tipo respirara y yo no. La verdad, era mejor hombre de lo que yo había sido en vida. No era del tipo de perdedores que entrega su vida abandonando a la mujer amada.
Un par de conversaciones entre Isabel y su pretendiente me ayudaron a odiarle menos, a fin de cuentas, enamorarse la mantendría más viva, pues la vida de mi amada, en aquel entonces no distaba mucho de la de un fantasma. Marcos era perceptivo, no necesitó saber la historia de mi muerte para comprender que algo abrumaba las noches de la hermosa Isabel, algo que él podría remediar si se lo permitiera. Sin embargo, ella parecía no percibir nada. Para Isabel, los demás eran sólo humanos, un montón de humanos uniformes. Y yo…yo pasé a ser completamente idealizado en su mente, yo era el hombre amado, ya había olvidado mis defectos, o más bien ahora le hacían reír. Justificaba cada una de mis estupideces en vida, sin notar que sujetos como Marcos, jamás las habrían efectuado. Eso sólo generaba dolor en mí. Impotencia, de ver que la oportunidad de ser feliz pasaba ante ella y estaba tan cegada por el dolor que yo había causado que era incapaz de verla.

Fue por eso que decidí entrar en su mente, si creía que estaba loca, al menos Marcos podría ayudarle a entender que no era así.- Hola, dije, sintiéndome estúpido y ansioso al mismo tiempo. Ella no se percató de nada y continuó desenvolviendo caramelos con la mirada perdida.- Te amo.- Le dije con mucha fuerza, casi sin pensarlo. Ella continuó sin oír nada. Me maldije por eso, quizás la falta de práctica me había atrofiado algo. Transcurrieron algunos minutos, cuando vi que observaba directamente a un espejo con expresión de asombro, miré en la misma dirección y me vi reflejado en él, con cara de idiota. No comprendí que ella veía algo de mi fantasmal cuerpo hasta que sofocó un grito, se restregó los ojos y me miró de nuevo. Sin saber que hacer, sonreí tímidamente. Ella mostró signos de debilidad y creí que iba a desmayarse por lo que me apresuré a decir.- Vamos, tu eres fuerte, cómo va asustarte un fantasma.- Ella se incorporó y las lágrimas volvieron a rodar alocadas por sus mejillas. Creí que me correría a gritos, pero en lugar de eso abrió los ojos y sin parpadear dijo.- Por favor no te vayas. Me sorprendió su reacción, como siempre, y me quedé tan quieto como pude, le miré a los ojos a través del cristal y susurré un cargado te amo. Olvidé por completo a Marcos y a mis buenas intenciones de hacer que ella se fijara en él. Estos preciosos minutos eran nuestros y nadie más podía tener lugar en ellos. Ella llevó sus níveas manos hacia el espejo y entonces me desvanecí.
Continuará...
Es uno de los cuentos más extensos que he escrito así que para los que se hayan enganchado con la historia, subiré una parte cada día (si alguien quiere leerla de una vez, me avisa y le envió el archivo completo).
Atte.
Anfechen.
Author: Anfechen
•11:04
Asistí a mi funeral, la bella Isabel lucía hermosa aún bajo la nube de tristeza que ensombreció su mirada, la confortaba un amigo, que para mi fortuna la convencía de huir explicando que mi último deseo había sido ese. Ella accedió entre lágrimas, mi voluntad parecía importarle más que la propia, más que la pena y el deseo de hacer nada. Siempre me fue fácil leer su rostro, su mirada transparente y expresiva me facilitaba las cosas al momento de entender lo que no lograban explicar las palabras. Isabel no quería seguir viviendo en un mundo sin mi, del mismo modo que yo no hubiese logrado vivir sin ella. Sin embargo, mi voluntad pesaba más que su tristeza, mi último deseo la alentaba a continuar con el plan que yo había dejado inconcluso. Decidió que sería mejor luchar sin descanso no sólo por un ideal que ya le parecía antiguo, ahora haría todo en mi nombre.

Mi cuerpo fue a parar tres metros bajo tierra, y la materia que me componía pasó al inevitable ciclo de transformación, así fue a dar al aire para continuar mutando infinitamente. Sin embargo, mi mente, porque así decidí llamar a lo que me mantenía atado al mundo de Isabel, continuaba alerta y sin mayores cambios. No era el único que vagaba por el mundo, muchos como yo decidían permanecer vigilando a los suyos. La primera vez que los vi llegué a sentir pánico, aún cuando sabía que ya nada peor podía ocurrirme. Ellos se burlaron y me explicaron que eran almas, otros preferían decir espíritus u otros nombres. Incluso algunos preferían ser llamados ángeles, a fin de cuentas, todos volábamos cuando llegaba el viento. Para mi eran las creencias de unos cuantos muertos, y no tenía ganas de molestar a nadie con mis ideas de la no existencia del alma. Yo era yo, y no había decidido seguir en el mundo por opción, le pertenecía a Isabel y jamás podría alejarme de ella. Para evitar líos, preferí considerarme como un fantasma, pues tenía un cuerpo similar al anterior pero sin consistencia firme. Todos éramos así, supuse que la imagen que permanecía flotando era la del momento del óbito, pues había colegas sin vida de todas las edades y mi pecho tenía un agujero.

Entablé conversaciones con otros fantasmas desde el primer momento, cada uno tenía sus propias concepciones de la muerte, y de algún modo u otro, todos vivían en un paraíso o infierno personal de acuerdo a la propia voluntad. Por tanto, aquellos que se habían creído merecedores de llegar al cielo, consideraban que el volar entre las nubes los convertía en ángeles. Quienes temían llegar al infierno, insistían en deprimirse eternamente. Aún así, me sorprendió nuestra cantidad. No éramos tantos como para creer que todos los muertos llegaban a ser fantasmas. Cuando le plantee mi inquietud a Franco, un viejo amable y con la sabiduría que la vida no había alcanzado a entregarme, me explicó que no todos deseaban flotar en lo que acordó en llamar limbo. -Estar aquí y no perderte entre la niebla infinita, es una decisión personal, y el llevarla a cabo requiere de sacrificio-, pronunció de forma solemne. No entendía qué más podría sacrificar un muerto, así que bromee con el asunto. El sólo sacudió la cabeza en señal de desaprobación y se marchó.

Mi vida transcurría en espacios cortos y simultáneamente largos, difíciles de medir y afrontar como todo lo que me azotaba, pues aún cuando el amor por Isabel me mantenía unido a la Tierra, resultaba difícil no confundirse con el viento para vagar sin sentido ni preocupaciones. Era tanta la energía consumida que perdía ciertas habilidades, como el volar, e incluso verme completamente. Notaba que mientras más la seguía y trataba de comportarme como ser vivo, más ligera se tornaba mi consistencia. Pero eso no importaba, mientras quedase algún grado de conciencia en mi fantasmal cuerpo, la seguiría por siempre. Supuse que a eso se refería Franco con aquello de sacrificios, realmente, la tentación de olvidar todo y vagar en paz se aproximaba peligrosamente. Decidí que la mejor forma de apartar esa idea era seguir a Isabel cada día, y me juré intentarlo con todo el esfuerzo que aquello requería.


Ya había pasado un mes de mi muerte, cuando Isabel se encontraba en tal grado de shock, que de forma desesperada traté de abrazarla, entonces comprendí que la muerte no me eximía totalmente de los sentimientos dolorosos, no era aquel analgésico eterno que creí en un comienzo. A medida que pasaba el tiempo, mientras más me ligaba al que había sido mi mundo, más humano me sentía, al punto de descubrir mi única certeza; estaba completamente equivocado cuando creí que nada más malo podía pasarme luego de aquella bala, cuando pensé que nada peor podía ocurrirle a un muerto. Muy por el contrario, cada día dolía más ver a Isabel sufriendo por mi ausencia. Mis colegas fantasmas lo habían advertido, pero no quise escuchar.

El otoño había arrancado unas despistadas hojas cuando Isabel decidió salir por fin de casa, se había ocultado lejos de la ciudad, por si alguien quisiese seguirla. Su cabello púrpura se encontraba oculto bajo una capucha, y la holgada ropa le daba más el aspecto de un muchacho adolescente que el de una mujer joven. Caminaba arrastrando los pasos, cansada por tener que vivir otro terrible día. Parecía tan invisible para los demás como yo, con un poco de suerte, la represión dejaría de buscarla, a fin de cuentas, luego de mi muerte habían cesado gran parte de los disturbios. De pronto, me paré frente a sus ojos y descubrí que si me concentraba en hablarle era capaz de oír sus pensamientos. En esos momentos se sentía mal por encontrarse inactiva y quieta, mientras los demás arriesgaban su vida. Ella debía estar en el frente, pues ya no tenía nada más que perder. ¿Por qué los militares no la mataban de una vez? Quizás intuían que eso sería un gran alivio para ella. Sus pensamientos me sobresaltaron, un mundo sin Isabel no era un mundo. Ella debía vivir, no por mi, sólo porque el sol no valía de nada si ella no podía verlo iluminar el cielo. Siempre había sido mejor persona que yo en todos los sentidos, más noble y justa, más sensata y cuidadosa. Era mi cable a tierra, la única persona en la que confiaba totalmente. Isabel era sin duda, más importante que cualquier idea creada por mi mente. Cuando pensé esto último, una oleada de energía proveniente de su respiración agitada me golpeó con violencia. Ella respondía a mi soliloquio.-¿Si era tan importante para ti, por qué no huiste conmigo?, ¿Por qué me abandonaste?- Sorprendido, con su respuesta le busqué con ansias, mientras mis manos le enviaban una suave brisa de regreso, no podía creer que ella me escuchara. Lo primero que pensé fue en pedirle perdón y jurarle que seguiría con ella siempre. Ella miró hacia el cielo con los ojos inundados en lágrimas y se excusó diciendo cuanto me extrañaba. Traté de hacerle entender que en el cielo sólo se encontraban los fantasmas raros que solían ir a misa en vida y sentían que el paraíso estaba allá arriba, sin considerar que incluso los blasfemos como yo podíamos subir cuando quisiésemos. En lo personal me aburría, no había más que gas y vapor de agua. Los como yo, andábamos en la Tierra, caminando como ella, junto a ella. Isabel sonrió ante mi respuesta, luego una lágrima rodó por su mejilla y murmuró que se estaba volviendo loca, miró de nuevo al cielo, siempre obstinada como era, y me pidió que no la asustara más.

Continuará
Author: Anfechen
•11:38
El sol desplegaba sus últimos rayos en el cielo gris, dentro de la habitación su pálido rostro viraba del crema al violáceo, mientras su boca cerrada intentaba impedir la fuga de aire, que en estos momentos era lo que más necesitaba. Su pecho subía y bajaba erráticamente, con un evidente apremio respiratorio. Junto a ella, en un velador estaba la fotografía que solía mirar con los ojos inundados en lágrimas, era mi semblante sonriente y vivo.
Unas gotas de lluvia salpicaron la ventana, aunque mi favorito era el viento, en otras condiciones habría agradecido el agua caída del cielo para fusionarme entre las nubes. Otra vez Isabel comenzaba a llamarme con su desvencijada voz, era frustrante no poder contestarle, aún más no poder abrazarla. Recuerdo claramente como me sentí en el momento en que morí, aunque en mi caso fue diferente, pues una bala impactó en mi corazón, y antes de notarlo ya había dejado de respirar para ser lo que soy ahora, un fantasma. Un alma en pena, como se dice, aunque prefiero lo primero ya siempre he tenido serias dudas sobre la existencia del alma.

En ese entonces, era yo un joven de 23 años, humano, por tanto albergaba un gran numero de defectos y virtudes como cualquier otro. Y claramente, tenía también aquellas características difíciles de definir como buenas o malas, era obstinado, tenaz y valiente, lo que me llevó a luchar contra las injusticias de todo tipo, y me envió directamente al cajón en que me sepultaron. Eso se consigue cuando sigues gritando, cuando luego de los golpes tu voz se oye más fuerte, cuando tu mirada es desafiante…
Recuerdo con claridad el momento, probablemente porque fue la última vez que mi cerebro trabajó en serio. Era una mañana de invierno en la capital, el concreto, los edificios, y las nubes otorgaban la sensación de estar dentro de una imagen en escala de grises, e incluso monocromática. Los únicos colores que distinguían mis ojos se encerraban en una persona; Isabel, cuyo cabello rizado y largo era de un intenso púrpura que realzaba la palidez de su rostro, dos enormes ojos azules se enmarcaban en oscuras pestañas largas y una pequeña boca roja me sonreía con nerviosismo.-¿Crees que logren detenernos hoy?- preguntó con una inusual voz ronca. Parecía orgullosa de ver la multitud que había acudido a la manifestación.- Somos demasiados- dije de forma seca y la atraje contra mi, para alejarla de un errático proyectil. No se asustó, ella no le temía a nada, observó hacia atrás y sonrió abiertamente.- Es sólo un niño- declaró con ternura. Hacía eso cada vez que deseaba maltratar a alguien por exponerla a algún estúpido daño. Esa era mi Isabel, compartía mis ideales y gritaba tan alto como yo, no se rendía ante nada y solía ser tan intransigente como encantadora.
Una ráfaga artificial elevó los panfletos que habíamos elaborado, los gritos de protestas fueron apagados ante el ensordecedor ruido de tanques. El ambiente cambió súbitamente, venían a atraparnos con armas y sabía que no dudarían en usarlas, mi rostro ya era conocido, lo lógico era que vendrían por mi y que claramente intentarían dañarla primero, pues mi sobreprotección hacia Isabel era más que evidente. Le rogué que corriera a ocultarse, se lo imploré, pues se negaba a dejarme solo. Pero, honestamente ¿Cómo podía dejarla permanecer un minuto más junto a mi?, ¿Cómo podría ver sus suaves manos intentando cubrir su rostro de una brutal golpiza? La insté a huir, era ágil y veloz, y su pequeño tamaño le permitiría encontrar un lugar donde ocultarse, confiaba en eso más que en cualquier cosa. La besé con ternura y le prometí que estaría bien. Sentí su aroma a rosas y tomé por última vez su cintura. Tal como yo esperaba corrió con agilidad hasta perderse de vista, sabía cuanto le dolía hacer esto. Me perdí entre la multitud y pude observar el creciente pánico. Los enemigos no tardarían en buscar a los responsables, vivíamos en una democracia de facto en la que cualquiera que expresase algo diferente a lo del gobierno pagaba con la diplomática y limpia aniquilación de un trabajador que pasaba de inmediato a la amplia lista de cesantes subversivos, situación que anulaba cualquier probabilidad de obtener un nuevo empleo. El capitalismo y el gobierno se aunaban para destruirnos y explotarnos por igual. Ahora bien, para los cesantes subversivos que insistían en protestar, no quedaba más opción que la cárcel. Eso si era la primera vez que te sorprendían, mi historial intacto daba fe del gran número de veces que había creado una monumental marcha para luego huir en masa y trasladarnos de cuidad. Realmente, nunca creí que vendrían sólo a detenerme. Pude intentar huir junto a Isabel, pero la perspectiva de una persecución en la que resultase herida me detuvo, lo mejor era estar alejado de ella, al menos hasta que pasara la tormenta. Los gritos se apagaban de a poco, el ensordecedor ruido de la opresión, unido al miedo, lograba que la multitud desistiera de gritar. Caminé gritando con más fuerza, y comenzamos nuevamente, los tanques no serían lo suficientemente grandes como para acallar nuestras voces, cuyo sonido no temblaba al chocar con el frío metal. Fue entonces cuando una voz amplificada por un megáfono gritó mi nombre y apellido. Mis amigos me detuvieron, todos sabíamos que nadie querría solo charlas junto a mí. Transcurridos los segundos, la voz se tornaba más amenazante, si no me entregaba dispararían a todas las personas que allí se encontraban. Aquellos ineptos soldados de plomo, estaban diseñados para disparar sin pensar. No lo dudé, no podría cargar con el peso de la culpa, Isabel en mi lugar habría hecho lo mismo. Corrí a enfrentarme a los uniformados, exigieron que me arrodillara, ansiaban mi rendición tanto como las ganas que tuvieron de tenerme a su lado como orador. Me mantuve en pie con una sonrisa de suficiencia, la gente continuaba gritando, no me rendiría nunca. Fue entonces cuando me golpearon, volví a ponerme en pié y grité con más fuerza. Vi la pistola que acabó con mi vida, el hombre que disparaba no era importante para mi, sabía que era un pobre diablo dominado por el sistema, un pobre infeliz que debía tener un arma en las manos para sentir la seguridad que todos los demás obteníamos con el solo hecho de respirar. No le miré con rabia, sino que con pena, me compadecía de ese pobre asesino y su miserable vida rodeada de temores y cobardía. El sonrió, quizás porque su retorcido cerebro creyó que yo le temía. Disparó con la crueldad clavada en los ojos, y la bala impactó en mi pecho, lo último que dije fue.- Díganle que huya, que cambie de identidad-. Hubiese querido decir más, agregar que deseaba pedirle perdón por abandonarla, que la amaba más que a todo en el mundo, pero ninguna de esas palabras fue realmente emitida, podía pensarlas, sentirlas mas no articularlas. Mi voz se apagó súbitamente. Llevé mis manos a la garganta y noté que un líquido viscoso y tibio entorpecía los movimientos, era sangre. Me incorporé con una agilidad inesperada y de manera irreflexiva traté de sentir el pulso en mis arterias, sólo encontré la leve vibración del roce de un pétalo de rosa contra una hoja. Las sensaciones eran incorpóreas y muy suaves como para ser humanas. No sé cuántos minutos acribilló el reloj de la plaza central, pues el tiempo y espacio me parecían ajenos y sin sentido. Observé el vuelo de un pájaro y vi como aparecían las primeras estrellas dispuestas a decorar el cielo. De pronto, el fuerte llanto de una mujer me trajo de vuelta al crudo escenario. La conocía, la amaba con cada parte de mi ser, o mi no ser, considerando que ya no estaba vivo, pues ningún vivo deja de sentir el dolor de un corazón roto, como me ocurría a mi en aquel momento.
Las lágrimas azules de Isabel rodaban hasta mojar aquel largo cabello púrpura, estaba desesperada y sola en medio de la calle inundada de gente y algarabía. Traté de tocarla, pero esta vez sólo sentí el roce del aire contra la brisa del mar. Isabel se estremeció en sollozos silenciosos jurándome amor eterno. Debí morir de tristeza, pero no me era posible, no en la suavidad de la brisa, no en el nuevo estado en que no sentía ni frío, ni calor, ni dolor, ni dicha. Yo era la nada, mezclado con el todo.
Continuará...
Author: Anfechen
•18:19
Esperando que un rayo de inspiración me visite noto que el viento ha perdido un cuarto de energía, mientras las temperaturas aumentan y el calor me sofoca.
Circundantes balas atraviesan los cuerpos anestesiados por el letargo rutinario y es que vivir en el sistema nos demuestrra que inactivos desaparecen los sueños al aparecer frente a ellos ese sucio dinero, el que derrite los mundos y hierve los instintos, nada distinto...
Ostentosos esbirros que vestidos de seda nos enseñan a callar al unísono y a desaparecer como el ozono en los cielos.
Aerosoles e infiernos se hacen parte esencial de este juego, destruir sin parar. Aguantar que unos cuantos se rian a carcajadas y mientras tanto...¿Qué queda a los que no nos resignamos? Un calor espantoso y lluvias veraniegas.
Un sin fin de nefastos acontecimientos, eso es todo lo nos queda. Es curioso pero destrucción me evoca inmediatamente un puñado de barras y estrellas. Es que ahora temo ir a comprar cabritas y en lugar de ello encontrar pop corns. Disculpen hermanos mios, he olvidado que ese era justamente el precio de la globalización.
Queramoslo o no, odiemoslo o no, somos parte de este sietema, somos motores de contaminación, una plaga de entes pensantes productores de combustión.
Pues la ambición no permite dicernir esta situación. Un mundo que al unirse acelera e incrementa sus mecanismos de destrucción. Y por si fuera poco todo esto planificado y exhibido por la televisión. Linda fábrica de zombies y soldados secos, se encuentran en campos arados, irrigados con lágrimas de campesinos exporpiados por las lumas del E$tado. Esa grotezca abstracción que hace posible toda forma de dominación.
Esto es algo que escribimos con el sr. Tokkers una tarde de verano, un trozo de cada uno. Ahí adivinen a qué personaje corresponde cada párrafo...jajaja