Author: Anfechen
•11:38
El reloj de la plaza central marcaba las 7:20 pm, iba atrasada como de costumbre, esta vez me entretenía observando a una pequeña jugar en medio de la lluvia. Aceleré el paso para llegar a una hora al menos digna, mientras la lluvia rebotaba al caer en el pavimento, no sentía frío sólo ganas de verlo.
Ahí estaba en la cafetería de siempre, se notaba preocupado o probablemente enojado, al sentarme le sonreí tímidamente sabiendo de mi falta, pero se limitó a observar su café. Comencé a explicar el episodio de la pequeña que jugaba en la plaza, pero no obtuve respuesta. Su indiferencia fue abrumadora, traté de tomar una de sus manos pero se la llevó al mentón siempre tan serio y analítico. Observé sus ojos grises, esos que solían mirarme con ternura, y que ahora enfocaban un objeto invisible a través de la ventana.
Pensé en un modo de excusar mi retraso, es cierto que siempre llegaba tarde, que no usaba mi teléfono, que no podía localizarme, pero tampoco era tan mala. Incluso esa misma mañana le había enviado una carta.
No recordaba con precisión la última vez en que me había estrechado entre sus brazos, tampoco la última vez en que me había dicho te amo sin hablar.
Algo pasaba ahora entre nosotros y yo lo quería averiguar, le miré con impaciencia y traté de poner mi cara lo más severa posible para decir; tenemos que hablar. El consultó la hora en su celular y ahora enfocaba hacia la puerta, tardé unos minutos en reparar que un ramo de rosas blancas, mis favoritas, descansaba a su costado. Las cosas cambiaban, él traía rosas para mi y yo llegaba atrasada, en realidad tenía razón con enojarse, suavicé mi mirada esta vez y pedí disculpas de corazón. El pidió más café, pero ninguno para mi, la mesera casi me choca y ni siquiera se disculpó. Claro, de seguro se pondría de lado del caballero guapo de las rosas y no de la femme fatale que le hacía esperar…
Continuaba mirando a la puerta cuando le dije que lo amaba y entendía su enfado, sonrió tristemente al ver que se entreabría y un señor desgarbado apoyaba su paraguas contra la puerta. Miraba como esperando a alguien, e insistía en hacerme la ley del hielo.
Ahora estaba indignada, no podía seguir ignorándome tanto tiempo, decidí sentarme a su lado y robarle un beso para que comprendiera cuánto le amaba, pero justo en ese momento la camarera le informó que cerraría el local bloqueándome el paso.
El se puso de pie lentamente y se comenzó a caminar a zancadas, yo traté de imitarle pero mis pasos no se le igualaban. Le grité que esperara un momento o me indignaría el doble, el caminó ahora con lentitud, mientras murmuraba mi nombre ensimismado. Al final caminamos en silencio, decidí que era mejor callarme y esperar a que el expresara lo que sentía, pues su cara parecía desesperada. Nos detuvimos en el cementerio, ahí solíamos tomar fotografías, se acercó a mi árbol favorito y observó una placa en el suelo, puso flores en esa tumba desconocida, mientras su largo abrigo negro ondeaba al viento. Luego se tumbó en el suelo y quitó la boina para arrojarla con violencia, gruesas lágrimas le cubrían el rostro. Traté de calmarle y decirle que estábamos juntos en esto, pero no lo conseguí, no podía tocarlo, una fuerza extraña me lo impedía. Decidí mirar la placa, tenía mi nombre, la fecha de hoy hace un año. Una ola de realidad me golpeó con fuerza, noté como conducía en medio de la anegada carretera, el alocado ir y venir de las plumillas de mi parabrisas, incapaces de quitar las gruesas y frecuentes gotas de lluvia. Las llantas resbalaron, Electrical Storm se escuchaba en la radio, barridos electrónicos invadieron mi cerebro. Las luces de aquel gran camión me deslumbraron, traté de virar y acercarme a la orilla de la carretera, pues frenar no tendría sentido…
Un gran ruido apagó todo lo demás, vi mi rostro extremadamente pálido y con cortes, luego reparé en gran cantidad de sangre que resbalaba por mi cuello, supe que proveía de una arteria por el color escarlata traté de detener la hemorragia, aunque mis entumecidos músculos no respondían. Sabía que entraría en shock muy pronto, pensé en cuánto lo amaba y quise creer que sí nos comunicábamos por telepatía como solíamos decir, esbocé un última sonrisa y todo se apagó…
Miré a mi alrededor, la placa me contemplaba gélida desde el pasto y mi nombre resaltaba en letras caligráficas, entonces comprendí porque desde hace un tiempo no me afectaba en lo más mínimo el cambio climático, porqué me ignoraban, es que yo ya no existía.
Contemplé su rostro inundado en lágrimas y me tumbé junto a él, traté de explicarle que siempre estaríamos juntos, sin embargo mi voz no era audible en este sitio que alguna vez fue nuestro mundo.

Fin
Author: Anfechen
•10:56
Foto tomada por Pablito.

Miraba distraído por la ventana empañada de una cafetería, la lluvia formaba una fría cortina gris. Algunos corrían a ocultarse como si aquel milagroso llanto del cielo pudiese erosionarles la piel. Siempre me ha gustado observar, quizás demasiado, al punto de responder con monosílabos a los frustrados interlocutores que quisieran entablar una real conversación conmigo. En la radio suena Electrical Storm, una buena canción, puede que eso sea lo que más adoro del invierno, las emisoras ponen música totalmente audible y adecuada, odio los estúpidos ritmos veraniegos en extremo alegres y abofeteadores. En cambio hoy, todo combina conmigo, el abrigo negro, la boina, mi café cargado el ramo de rosas blancas que descansa adornado en un celofán translúcido para ella.
El reloj marca las 7:00 pm, otra vez se retrasó, la mesera me observa compasiva, quizás porque he pedido ya 4 tasas de café con galletas sólo para hacer la hora, probablemente porque las rosas se marchitan…
Ya no miro por la ventana, ahora mi único objetivo es aquella puerta, un nudo se apodera de mi garganta, porqué será que no llega, los minutos caen en la tasa de café y forman extrañas figuras torturadas, la puerta se entreabre, la decepción me azota, no es ella.
Cualquier sujeto que estuviese en mi lugar la llamaría, pero aquello escapa de mis posibilidades, mi princesa no responde teléfonos, ella detesta tanto la tecnología como yo el verano.
El reloj esta vez marcó las 8:00 pm, la mesera se acerca tiernamente, de un modo casi maternal y me informa que es la hora de cerrar el local, ella se refiere a mi como si me conociera. No entiendo porqué no ha llegado y una oleada de preocupación me encoge el corazón, será que le pasó algo y en lugar de ir a buscarla me quedé a esperar que llegará sola.
Veo el calendario de la entrada y la fecha se graba en mi mente de un modo para nada inocente, conozco esa fecha, sé que la detesto, incluso la arranqué de mi agenda.
Me he puesto el abrigo, aún no entiendo qué hice mal para que no viniera, yo la extraño tanto, no la veo desde hace casi un año, su última carta decía que me amaba más que a nadie y nada, que su amor sería tan inmortal como el aceite impregnado en una piedra, que no tendría distancias ni fronteras…
Una gota de lluvia me mojó la cara y mi respiración se tornó entrecortada,.. Sigo pensando en ella, en su fino rostro blanco, en sus manos pequeñas, en su aroma a rosas, en la ternura de su mirada y sus sonrisas arrebatadoras. Debo ir a buscarla, pero no sé dónde, no recuerdo su dirección por más que hurgue en mi memoria, qué me ha pasado. Lo que siento ahora es una real desesperación por ver su rostro y abrazarla con ternura, camino sin saber adónde voy, no sé porqué se ha apoderado de mi la amargura, quizás porque se esconde el sol.
Al fin mis pies se han detenido, estoy en el cementerio de la ciudad, no es novedad que llegase hasta acá, ella solía disfrutar de este lugar tomando fotografías. Ahí está, su árbol favorito, abajo se encuentra una lápida nueva que de seguro nunca vimos. Me acerco por curiosidad, tiene el nombre que más amo en la vida, la lápida tiene su nombre, la fecha de hoy hace un año y su fotografía.
Un ramo de rosas blancas ya marchitas reclama por ser cambiado, de manera autómata cambio el ramo que llevo por el antiguo. El leer ese nombre me sacude, una oleada de realidad me empuja contra el suelo, ahora entiendo porqué no nos vemos, porqué se ha marchado, porqué su odio por la tecnología se ha extremado al punto de no volver a responder nunca más ninguna de mis llamadas.

Fin
Agradecimientos: A Pablito por tomar la foto perfecta para el cuento.
Author: Anfechen
•15:07

El día no había sido de los mejores, yo en mi habitual mundo de estudio, evaluación, aprendizaje, aplicación, algo de estrés mucha ansiedad y por su puesto…La frustración de sacar notas mediocres luego de privarme de cosas bonitas de la vida sólo para enfrascarme en lo que parecía ser una acción racional.-estudiar para una prueba.-se hacía notar. Caminaba por aquella vereda franqueada de árboles en medio del campo con la mochila colgada en un solo hombro y paso lento, señal del agobio que sólo podía dejarme una noticia cómo esa. Luego despotricaba contra los dioses, junto a mis amigas, cada cual con su propia teoría de por qué nos había ido mal en una prueba que parecía fácil…¿espera no que las pruebas en la universidad suelen ser cualquier cosa menos fáciles? Al parecer las vacaciones me habían hecho olvidar aquella parte…
El caso es que caminé hasta tomar la micro que me traería a casa, observé el camino avanzar en dirección contraria a la mía escuchando tarros como de costumbre, me revitalicé con una increíble canción de Dragon Force en el trayecto y finalmente me encontraba en casa almorzando. Luego te vi, dentro de la pantalla de un notebook, oí tu corazón y todos mis absurdos dilemas y enfados se fueron al carajo. Válgame, que con sólo ver aquella ecografía me dieron ganas de tenerte en brazos y hacerte reír…Casi de forma refleja llevé mi mano al vientre de tu mamita, y me preguntaba…Mi Trini, osea tú, ¿sabrá que la estamos mirando embobadas en estos momentos?
En fin, es la segunda vez que te veo, la segunda vez que el rápido latir de tu corazoncito me emociona de una forma casi incontenible…Me pregunto si me irás a decir tía, Anfechen, o lo que sea. Demás está decirte que cualquier nombre sería adecuado viniendo de mi sobrinita…Creo que tía será más fácil que Anfechen.
Y aquí me encuentro de nuevo, esperando que llegue la tarde para volver a ver el video, que llegue el momento es que llegues a este mundo. Me encantaría decir que es bonito, pero quizás exageraría, es un lugar bastante… especial, me gustaría que no tuvieses que ver el smog y todas esas cosas feas, pero así están las cosas hoy en día, lo que no indica que siempre sea así. De seguro será mejor en el futuro o al menos no lucharemos para que así sea.
Es hora de volver a mis actividades normales, cotidianas, pero no por eso aburridas. Cuando aprendas a leer me dices si te ha agradado o no este relato de lo más bello que he visto en mi día, tu rostro en una ecografía.


Author: Anfechen
•10:50


By Anfechen.

Sin duda las donuts clásicas eran incapaces de saciar los voraces instintos de supervivencia de estas dos creaturas adictas al extracto de cacao. Así continuaban caminando en las calles de Los Andes, simulando ser dos humanos normales, aunque aquellas manchas de una sustancia viscosa, oscura de suave y envolvente aroma, exaltaban aún más su nociva costumbre de asaltar las estanterías de cada supermercado, emporio o almacén más cercano.
El día terminaba y el sol ya se apartaba del todo cuando por fin terminaron de engullir vorazmente las donuts clásicas, un burdo intento de saciar su verdadero deseo de sentir el agradable sabor a cacao mezclado con la textura única, con el amargor tan característico de la más famosa proveedora de vitamina C, la naranja, indisputablemente la más noble fruta que les entregaba el lejano oriente. Nuevos minutos y horas se suicidarían hasta que al fin Tok y Anfechen desistieran y postergaran el insoslayable deseo de subsistir a través de algo más que un simple sucedáneo de la mezcla de sabores que originaban unas donuts orange bitter. Y así cada uno durmió en su propio infierno onírico, mientras sus atormentados subconscientes plagados de ansiedad recordaban la noche entera; “No es lo mismo una donuts clásica que una orange bitter”.
Llegada la hora del crepúsculo, Tok y Anfechen emprendieron camino hacia una nueva batalla. Hoy nada en el mundo, absolutamente nada podría impedir que sus paladares se saciaran de donuts orange bitter. Poco importarían hoy las interminables filas y las fatídicas fechas de inicio de mes.
Sin embargo, no contaban con los obstáculos que impondría la naturaleza, el cielo se encontraba encapotado, y un frío viento, enemigo natural de Anfechen, calaba los huesos. Tok encontraría entonces la solución, le ofreció su chaleco y decidieron cobijarse del frío en el lugar más idóneo; el supermercado Express. Algo así como un templo contemporáneo capaz de satisfacer los deseos humanos y mutantes. Entraron y la voz de John Secada gritaba, “Ya… yaaaaa no puedo más”, canción que sacaba carcajadas a Anfechen.
A diferencia de la batalla anterior hoy disponían de algo muy valioso, tiempo. Así que decidieron pasear lentamente por cada pasillo hasta impregnarse del acojedor calor de un maldito supermercado, templo del capitalismo, asunto enemigo natural de ambos. El caso es que el frío y el hambre, una vez más obligaban a realizar la transacción, unas cuantas de esas cositas redondas metálicas, que curiosamente traen la figura de una mapuche (como si ellos aprobarán este sistema económico), bastaban para satisfacer las más básicas necesidades.
Y en medio de todos los productos apareció el comestible más multiuso que una pareja de mutantes pudiese imaginar, ahí estaba iluminado en su flamante envoltorio verde nada más ni nada menos que un puré de manzana. Continuaban haciendo la hora para buscar los lentes de la miope Anfechen, que se encontraban en reparaciones, cuando de pronto un grito cargado de ira, groserías y otras cosas indescriptibles, los obligó a girar la cabeza y abandonar un envase de porotos negros, no arios. En fracción de segundos, un guardia corría, una mujer gritaba improperios, mientras las cajas sonaban monótonamente con su habitual pip, pip, ritual que engrandece al dios del capitalismo, que se enorgullece al oír los himnos de alabanza cuando la ofrenda impregnada de un código de barra se desliza a través del láser.
Tok y Anfechen, ya contaminados con la idea de no intervenir en conflictos ajenos, siguieron en la búsqueda de las galletas, y encontraron al fin un alto de Donuts Orange Bitter, apiladas, sonrientes, deliciosas, seguimos!
Finalmente, decidieron llevar dos en lugar de un paquete de galletas y se pusieron en la fila de entregar ofrendas al dios capitalismo. Llegado su turno de cancelar, digo entregar la ofrenda, observaron a otro de sus enemigos naturales. Un paco alias Carabinero de Chile, caminaba con estilo de policía de película gringa raudamente hacia una puerta que probablemente conducía a una nueva dimensión desconocida. Luego de comprar se enteraron que lo ocurrido era lo que temían, un asalto, gobernado por la ira y la violencia, de un sujeto del que poco sabían pero les hizo mala impresión que golpeara a un guardia, una mujer y un ancianito en su intento por escapar con el botín de algún consumidor, digo feligrés. Alguien prestaba atención al herido, mientras el pacabinero avanzaba de un lado a otro, entonces Tok y Anfechen salieron del atestado lugar para encontrarse con el frío viento andino. No esperaron hasta llegar a un sitio cómodo y comenzaron a comer las galletas disfrutando nada el primer paquete para notar el sabor de cada una de ellas en el segundo. Tal como lo recordaban, el sabor amargo de la naranja les otorgaba ese toque especial y único. Por fin podrían tener dulces sueños, ya nadie pagaría las consecuencias de un par de iracundos mutantes hartos de someterse a los rituales del capitalismo.
FIN.
Author: Anfechen
•18:00
By Tok y Anfechen


Érase una vez en un cálido y monótono pueblo llamado Los Andes, (más conocido por los afuerinos como “Lo Ande”) una pareja de inhumanas criaturas llamadas Anfechen y Tok. La primera tenía el aspecto de una dulce muchachita, alta, delgada, de grandes ojos de un color indescriptible, con un rostro afable y una sonrisa que podía contagiar hasta la más amarga persona. El segundo, un sujeto absolutamente desquiciado, de pequeños ojos y largas pestañas, con ideas atolondradas y unas un tanto más cuerdas. Eran aparentemente normales, es decir, ni pokemones, ni emos, ni nada similar. Pero tras su “intachable” fachada ocultaban el más indeseable misterio, peor que el de cualquier tribu urbana.
Ese día se reunieron en el parque para observar el cielo tumbados en el pasto, allá a la distancia algunos humanos que reconocieron como otakus, según la descripción entregada por Animal Planet, comenzaban su etapa de iniciación tribal disputando quién iba a ocupar el lugar de macho alfa al interior de la manada urbana. Naruto Yaoi discutía con Gravitation y en un arranque de ira homosexual y gaysismo, de quitaron sus oscuras poleras, rodaron colina abajo y se rasguñaron dejando salir femeninos alaridos de dolor. Así, el dulce sabor de la victoria embargaba a Naruto Yaoi quien reclamaba ante sus pares su nuevo lugar dominante en la tribu. Lo que se traducía en un inagotable flujo de series animadas y exclusivas figuritas de acción con las cuales no podría jugar nunca ni exponer al aire, porque perderían su poder totémico. Este circo de cultura emergente extraía carcajadas de Anfechen y Tok, ante una forma de vida tan “diferente”[1].
Todo iba bien hasta que el misterioso rasgo que los convertía en mutantes aflorara de manera descontrolada. Entonces Anfechen comenzó a refunfuñar y una mirada severa se apoderó de su rostro. Tok lo entendió, tenía hambre, debía conseguir alimentos ricos en calorías, grasas trans, amarillo crepúsculo y otros colorantes nocivos. O atenerse a las consecuencias del estomago vacío y la naturaleza hostil de su compañera. De esta manera comenzó su larga travesía por las atestadas calles de Los Andes, con un irrevocable objetivo; obtener deliciosas y auténticas Donuts Orange Bitter. Lo único capaz de calmar el instinto homicida, brutal y despiadado de Anfechen. Esta situación los obligaba a enfrentar quizás la más dura prueba de sus vidas; someterse a la cotidiana humillación de hacer una larga fila en una de las más nobles y masivas sucursales del sistema capitalista; el supermercado, bellos monumentos a la destrucción del almacén de doña Glaaadis.

Los ojos de Anfechen adquirían una tonalidad rojiza y sus manos se empuñaban en una sinfonía de violencia sublimada que ni las “Nonitas”, los “Rigochoc” y los más económicos “Palitos” vulgares imitaciones de las afanadas Donuts podían disipar. Tok debía hacer algo ya que no solo lo consternaba el estado agresivo de su compañera, sino que el hambre se apoderaba de su hipotálamo.
Cogió la mano de su novia y compañera llevándola con presteza hacia el Lider cuyo nombre no daba cuenta de su precaria realidad de hacinamiento, ineficacia, cajas “Express” que de rápido sólo era el tiempo que tomaba irritar a los consumidores y seguimos!
Allí afuera otros templos de alabanza al capitalismo, reconocidos por taponar las arterias humanas, invitaban a unirse a las atestadas filas. Entre ellos, unos amigos de Anfechen despotricaban en contra de los proveedores de comida rápida. Al fin dentro de supermercado encontraron las Donuts, en seguida, a pesar de que las distracciones abundan en un hipermercado, en donde lo común es salir a comprar pan y llegar a casa con, poleras, cremas, y un DVD. Allí estaba, el único alimento capaz de amainar a la irascible anfechen. Cogieron las galletas, llegaron a la caja y claro, estaba repleta. Calcularon el tiempo, saldrían en mínimo 30 minutos. Todo para pagar $390, pensaron en hurtar el paquete de galletas sólo para no hacer esa asquerosa fila, pero estaban contaminados de moralidad y desistieron al instante. Finalmente, pudo más el tedio a hacer la fila, salieron del lugar raudamente y caminaron mientras el sol desplegaba sus últimos rayos.
La mirada de Anfechen cambiaba de color peligrosamente y su rostro era aún más pálido que de costumbre, Tok prometía que encontrarían Donuts en algún otro templo, el había visto unas en un pronto Copec. Sin pensarlo llegaron hasta allí, y la sonrisa del primo de Anfechen, que trabaja en aquel lugar, traía buenas noticias, había galletas Donuts. Rápidamente ambos recorrieron el paquete; no había naranjas pintadas en él. Lo que significaba una sola cosa, eran Donuts Clásicas, insípidas. El hambre fue mayor, así que las compraron y engulleron en el camino a casa, estaban derretidas y el chocolate les cubría los dedos. El paquete quedó vacío, Tok observó a Anfechen, cuya expresión era ausente, claramente no estaba satisfecha y tampoco él. Situación peligrosa para todos aquellos que les rodearan en las próximas 48 horas. El mundo sería testigo de la ira de un par de mutantes.

Continuará…

[1] Ni mejor ni peor, sólo “Diferente”.