Author: Anfechen
•19:50
Era tan simple y complejo como eso. Luego de vivir más de un siglo y mantenerse siempre con la mirada profunda y atractiva, estaba una vez más sola en medio de todo, o quizás de nada. La confusión era tan permanente como la frialdad de aquella roca que tenía por corazón. No siempre había sido así, hubo un tiempo en el que sí se preocupó de los demás y el ego era casi lejano y abstracto...Bellos tiempos eran aquellos, en los que el corazón papitaba celestial y blanco, sin deseo, sin locura. Sólo apasible en la rítmica y saludable frecuencia de 60 latidos por minuto. En aquel lugar sin mal, sin tiempo. Plagado de belleza natural y artificial, era un paraíso habitado por humanos, por buenos humanos, de esos difíciles de encontrar. Y qué gratificante era pertenercer a ese grupo de personas tan similares físicamente, pero únicos en su especie por semejar en alma a los ángeles. Así había sido ella, pura como el agua que avanza sin culpas de forma insistente hasta esculpir las rocas, con la misma perseverancia ella cambiaría el alma oscura de sus pares con suaves palabras. Sus níveas manos, tan suaves como los pétalos de una flor, sólo acariciarían las páginas de algún libro dedicado a entregar útil información a aquel brillante cerebro, todo para el bien común. Sus rojos y formados labios, estaban diseñados únicamente para argumentar con voz firme y serena, discursos capaces de cambiar la forma de pensar de todo un planeta. Con ese fin la habían creado, para aquello había nacido con rostro amable y agradable a la vista, para llamar la atención entre la multitud por tanta simetría y bondad en su semblante. Todo marchaba de la manera indicada por los astros, todo encajaba perfecta y matemáticamente en su vida, sin embargo, tanta bendición no podía concentrarse en una sola persona, por muy angelical que resultase. No importaba cuanto esfuerzo empeñase en ser mejor cada día. Era humana, y los humanos deben sufrir, llorar y errar, porque así ha funcionado desde siempre. Y esta vez, no sería la excepción.

Corría la primavera de 1920 cuando un hilo de vida entrañable se cortó de improviso, entonces la muerte azotó con la fuerza única de lo irrevocable. Victoria no era capaz de entender la magnitud de un sentimiento negativo, tan opresor, tan insistente y francamente insoportable. Siempre creyó que moriría al sentir algo tan oscuro y tétrico, pero su acompasado corazón latía por inercia incansable y odiosamente persistente.

Renegó contra el mundo que siempre le había parecido bello, de nada servía ahora el luminoso sol si no era capaz de entregarle calor, de nada servía el aire si era tan mezquino como para no ingresar con calidad a sus pulmones.

Nuevos hilos se cortarían y nuevos azotes irían directo a su blanco rostro, las lágrimas ensuciarían sus mejillas y borrarían de forma permanente el brillo de los verdes ojos. Su vida cambiaría y por más que la voluntad tratase de hacer algo, aquel corazón ya no podría volver atrás, no importaba cuanto lo rogase y cuantos intentos de suicidio acumulase encima, porque sólo resultaban frustrantes, como resulta el intentar dejar de respirar sabiendo que es imposible...Fue difícil de comprender, pero simultáneamente concreto; era eterna, porque no podía morir una persona que ya estaba muerta, y eso era ella. Una muerta que para su pesar debe recorrer con el peso de la persistencia en la tierra. Muerta en vida, alma en pena. Eso era ella. Y no tenía sentido luchar contra la verdad, del mismo modo que lo había tenido gastar sus energías por nobles causas. Por cierto, ahora se burlaba de aquellas creencias y blasfemaba contra todo lo que alguna vez aferró con cariño. Ya no había respeto por la vida en su corazón, su alma había desaparecido en el momento en que su sangre comenzó a fluir en sentido contrario, de siniestra a diestra, y la bomba cardiaca cambió la diástole por sístole. No recordaba el proceso de cambio, sólo que una noche en que maldecía y oraba de manera alternada, intentado alejar la tentadora idea del suicidio, ya que algo de luz aún se conservaba en ella, una voz suave y melosa pidió su alma a cambio de la anestesia absoluta. Inmersa en el dolor y aturdida intentó vociferar una respuesta afirmativa y cuando despertó de un sueño que jamás existió, su corazón arritmico y la ausencia de frecuencia respiratoria le informaron que algo había cambiado para siempre.
Pero ya había pasado mucho tiempo, muchas generaciones, cambios, aparición de enfermedades, erradicación de las mismas, guerras, declaraciones de paz y contaminación ambiental desde entonces. Victoria no sabía exactamente qué era, quizas sólo un sueño incorpóreo, probablemente un fantasma que sentía un inusual latido en el pecho. Alguien que se alimentaba con el dolor ajeno, un mito sin explicación y una leyenda jamás contada. No podía morir, como mencioné con anterioridad, y maldecía su humana cobardía por no haberlo intentado antes de aquella noche que cambió el correr de su sangre. Su frío aliento y tacto semejaba el de un cadáver, como la palidez inmutable y cetrina de su piel. Sus labios de un púrpura permanente hacían juego con sus uñas. Sus ojos continuaban verdes y sin brillo, del mismo modo que antes de la transformación. No se alimentaba de absolutamente nada, y la persistente sequedad en la garganta era la única sensación física que podía experimentar. Era esbelta, delgada y con aspecto de descuidado y frágil. No obstante, la simetría y amabilidad de su rostro, combinada con lo anterior resultaba tan inquietante como atractivo.
Su aspecto estático era el de una adolescente, deprimida, claro está, pero adolescente. No era afectada por el frío, como tampoco por el calor y el sol. Lo que la llevó a desistir de la teoría de pertenecer al mundo de los incubus. Tampoco había intentado probar la sangre de ningún tipo, ni intentado aliviar su sed crónica, pues aquel dolor era tan familiar que le recordaba la humanidad y el dominio sobre su cuerpo que hace tantos siglos no tenía. No sentía absolutamente nada, anestesia permanente y profunda como había dicho la melosa voz.
Era tan simple y complejo como eso. Cansada de vivir en búsqueda de algún tipo de sentimiento y haciendo daño desmedido en sus arranques de ansiedad, sólo para sentirse miserable, situación que no ocurrió jamás. Victoria caminó, pues a pesar de todo sentía que avanzaba sin siquiera pensarlo, y que a cada minuto su existencia daba pasos con la rotación del planeta y el movimiento de las estrellas. Trataría de vivir como humana, y ya no se marginaría en las afueras de las ciudades. El planeta había cambiado de milenio, ahora la diversidad de estilos e indumentarias la hacía menos extraña ante los demás, de seguro creerían que era parte de una tribu urbana, nadie pensaría que algo iba mal con ella. Alquiló un cuarto con dinero robado, y con asaltos a cajeros automáticos logró obtener una identidad. El único inconveniente eran sus aparentes 16 años, una edad absurda en la que no podía manejar su vida a su antojo sin tener tutores legales.
Iría a una escuela como cualquier adolescente de su edad, a fin de cuentas, hacía tanto que no tomaba un libro que sus conocimientos debían estar más que obsoletos. Victoria quería vivir, porque no habían más opciones para ella, de manera muy incómoda el no sentir dolor ni alegría, no quitaba sentir tedio y agotamiento por la rutina.
Continuará.