Author: Anfechen
•14:31
Hoy no disfrazaré mis palabras en un cuento, no ahorré ni siquiera un poco de sentimientos. Cada palabra es una negra lágrima que tiñe mi pálida mejilla. Cada linea es una marca de sal que me inunda la garganta.
No es sólo el reinante frío ni el día gris que combina con mi tristeza, son las ansias de recibir una noticia imposible. Es el infantil anhelo de que un hada madrina cambie todo lo malo por bueno, son mis siempre persistentes ganas de revivir a los muertos.
Muerto, esa palabra jamás debería definir a alguien que quiero.
Sin
Author: Anfechen
•18:22
Lo peor que puede pasarle a un corazón no es detenerse súbitamente, es seguir latiendo aún cuando no existan motivos para ello. Qué sentido tenía sentir el cálido sol abriéndose paso entre las nubes, qué gracia había ahora en las rosas del jardín tan fragantes como el perfume de aquella piel que para estos momentos pasaba de una dimensión cercana a un infinito sin tiempo o espacio.
Nada, eso era todo lo que ahora le quedaba, la nada misma mezclada con aquella hipoestesia que al contacto con el más mínimo recuerdo se transformaba de un extremo a otro, de la analgesia al sufrimiento casi letal. ¿Por qué debía ser casi? ¿Por qué la vida no se apiadaba en un último intento de demostrarle algo de amabilidad y se acaba de una vez por todas? No creía en el destino, y aún así, no se sentía merecedor de tal flagelo. Hace algún tiempo había pensado que la muerte era lo único justo en la vida, eso había ocurrido antes de que ésta le arrebatara el combustible de sus sonrisas. Entonces, nada era justo, quizás aquella palabra había sido creada por los hombres con el único fin de reglamentar la sociedad, ya que no tenía ningún significado trascendental.
Caminaba entre las sombras siempre inmerso en un cuadro en blanco y negro, recordando sus últimas palabras; "hagas lo que hagas, matente vivo". Quizás ella no sabía cuan duro resultaría...quizás lo creía más fuerte. En momentos como ese deseaba ser menos lógico, anhelaba creer en fantasmas y pagarle a alguien para que sirviera de intermediario y le comunicase con ella. Pero su cerebro continuaba tan necio y rígido como siempre.
De noche suspiraba su nombre, también en las mañanas. En un comienzo continuó con su vida con el vano intento de encontrarle algún sentido a aquella existencia sin base ni consistencia. Después de todo, el ser incorpóreo en un cuerpo concreto no debía ser tan grave. Así pasó los primeros tres años, creyendo que podría salir adelante...Pero nada ocurrió, ninguna lucha era importante sin el combustible de sus sueños.
Era patológico, eso decía la literatura, y en su calidad de psiquiatra lo sabía mejor que nadie. Había atendido casos similares, y el conocer cada una de las terapias le hacía sentir que realmente todo aquello no podría servirle jamás. Del mismo modo que para un carpintero resulta fácil encontrar problemas en los muebles ofrecidos por el mercado, el podría encontrar fallas en sus colegas y también en las terapias. Nadie podría ayudarlo, ¿Cómo podría otra persona intentar tratarlo si jamás había experimentado una fracción de su dolor? Inhaló profundo y se lamentó por todas las veces que quiso interferir en el duelo de una persona.
Lo había decidido, su pena ya no tenía cura, el suicidio no era una opción. Lo único que podría ayudar a su corazón se albergaba en la atractiva, temida y respetada locura. A fin de cuentas, el mundo trataba a los locos únicamente por un asunto de economía, ya que un desequilibrado no concuerda con las lindas palabras de producción, eficacia y progreso. El ya había agotado parte de su existencia en eso. Días completos, sin entregar sus energías a los único problemas que merecían ser oídos, los de ella. Los de aquel ángel que había decidido inmortalizar su imagen joven y exuberante en la memoria colectiva. Y ahora que se permitía ser loco, ahora cuando el tiempo libre agobiaba al ser tan extenso...ahora no podía compartirlo...
Debía encontrar la forma de alucinar con ella, de vivir en el mundo de los locos, quería padecer psicosis y también ezquizofrenia, y aunque conocía tanto causas como síntomas, no era capaz de verla.
Se internaría, eso es lo que haría, internarse en el psiquiátrico donde trabajó tanto tiempo y
conversando con los demás compañeros encontraría la forma de enloquecer.

Transcurridos cuatro otoños desde que ingresó al psiquiátrico, se dió por vencido. No había espacio para él entre aquellos que aseguraban tener un don, y al ser discriminado por los dementes, por considerarlo limitado y falto de imaginación, decidió enfrentar la vida.
Afuera todo seguía inmutable, sin sentido, aburrido y predecible, su caso era grave, tanto que ni los locos le comprendían.

Así vivió durante diez largos años, sin más alegría que la ironía, cuando ella apareció en un sueño tan vívido que le dibujó una auténtica sonrisa. No le dijo nada, sólo le observó y entonces el comprendió que en muy poco tiempo la vería por siempre. Fue por eso que comenzó a vivir, saludó a los vecinos, saludó a los compañeros de trabajo y bromeó con todos. Condujo con extremo cuidado, y no insultó a los imprudentes. Se durmió con una sonrisa en el rostro, imaginando que ella estaba en sus brazos y cuando despertó, el suave aroma a rosas le envolvió entre una lluvia de besos.


FIN