En cuanto recibí los documentos supe que sólo los tomaba por cortesía, me cuesta mucho decir “no gracias”, cuando veo tanta amabilidad.
El caso es que los tomé, en cuánto leí las primeras líneas dije; “esto no es para mí”. No por nada no estudié literatura, ni nada asociado netamente a humanidades, no soy culta, leo novelas para entretenerme, sí de esas que son Best Sellers, no me interesa la métrica ni las figuras de un poema. La verdad, el tema me fastidia, y mientras Edgar Allan Poe me explicaba cómo escribió “El Cuervo”, en su más magnífico lenguaje, Julio Cortázar afirmaba que los ingenuos escribían tal y como yo lo hago. De pronto parecía que éste señor sabía más de mi intelecto que yo misma. Me sentí claramente estúpida, sin ganas de continuar escribiendo, o como mínimo sin ganas de mostrar otra vez lo que escribo a nadie que no fuese mi madre.
El caso es que los tomé, en cuánto leí las primeras líneas dije; “esto no es para mí”. No por nada no estudié literatura, ni nada asociado netamente a humanidades, no soy culta, leo novelas para entretenerme, sí de esas que son Best Sellers, no me interesa la métrica ni las figuras de un poema. La verdad, el tema me fastidia, y mientras Edgar Allan Poe me explicaba cómo escribió “El Cuervo”, en su más magnífico lenguaje, Julio Cortázar afirmaba que los ingenuos escribían tal y como yo lo hago. De pronto parecía que éste señor sabía más de mi intelecto que yo misma. Me sentí claramente estúpida, sin ganas de continuar escribiendo, o como mínimo sin ganas de mostrar otra vez lo que escribo a nadie que no fuese mi madre.
Edgar Allan Poe continuaba comparando un cuento con un problema matemático, hasta que decidió hablar del alma. Me pregunté cómo podía hablar de frenesí del alma logrado a través de un cuento realizado de forma tan matemática. Luego la ciencia mezclada con la etérea alma me turbó por un instante en el que creí que temía a mi propia alma, quizás porque durante algún tiempo negué su existencia…
En fin, es justo ahora cuando siento mi alma más tangible que nunca, ahora cuando se niega a ser adoctrinada. Pueden reclamar sobre mi modo de pensar y actuar, pero nadie puede interferir en cómo escribo, yo no busco lectores, soy precisamente el tipo de personas que escriben para desahogarse. Luego en un arranque de locura infantil y soberbia me sentí más genial que todos aquellos genios de la literatura e imaginé recriminándoles el hecho de lucrasen con rodajas de su propia alma. La mía no se vende, y la comparto con quien quiero, sin ningún tipo de precio más que las ganas de leerme o escucharme.
Lo que escribo son sentimientos, ramilletes de ilusiones, lo que no digo, lo que pienso, lo que sale de un sin fin de barridos eléctricos de mi cerebro, lo que inunda mi sistema límbico hasta hacer que mis dedos tecleen sin saber cuándo habré de terminar.
No quiero saber de las teorías para acaparar lectores de Juan Bosch o Jorge Luis Borges, sus cuentos universalmente reconocidos y superiores en calidad a cualquier escrito propio, no son para mi un objetivo. He notado que mientras más rudimentarias y burdas se tornen mis palabras, más pura y feliz pareciera estar mi alma. Puede que sea poco culta e ignorante, falta de intelecto y talento, sin embargo escribir es lo que me gusta y lo seguiré haciendo…
Valentina Castro G.