Author: Anfechen
•13:21

Según la Biblia, Dios creó al hombre y a la mujer, en ese orden, sin embargo, nunca mencionó cómo es que debían gustarse. ¿Será que no se detuvo a pensar que una mujer podría enamorarse de Eva, un sujeto de Adán o de uno u otro indistintamente? Al parecer no, y ahí estaba yo en la encrucijada de mi vida, una mujer enamorada de la más preciosa de las creaciones. ¿Cómo explicar a todo el maldito mundo que no dependía de mi?, ¿Cómo decirle a mis padres que su bella hija no se casaría de blanco ni cruzaría por una roja alfombra hacia el altar de una enorme iglesia católica? Miles de preguntas revoloteaban por mi cerebro, mientras en a ratos su rostro se dibujaba en las nubes y me hacía pensar que podríamos con todo esto.

¿Por qué debía sentirme culpable de sentir lo más hermoso que puede experimentar un ser humano? ¿Por qué mis padres se oponían a que la viese y me encerraba en la habitación, cual si fuese un delito enamorarme? ¿Es que acaso el amor sólo era válido para las parejas heterosexuales? Al cerrar los ojos sólo podía ver su rostro sereno, sus sonrisas libres y hasta oía sus palabras de aliento.
Unas cuántas lágrimas me cubrieron el rostro, la desesperación me terminaría matando algún día, podían evitar que nos viéramos, podían prohibirme volver al colegio si querían o hasta cambiarnos de ciudad, pero jamás lograrían sacarla de mi mente, mucho menos que dejase de amarle con toda el alma. Es que era ella y sólo ella mi alma gemela, la única capaz de entenderme a cabalidad, amarme de forma completa sin hacer alarde de mi belleza.

Habían dejado la biblia en mi mesa de estudio, de seguro mi católica y fanática familia había hablado de mi problema con el cura de la parroquia. Para ellos era un castigo que su única hija pasara por esto, la idea era que entendiese que debía amar a un hombre, dado que yo era mujer. O mejor aún, hacerme monja para redimir mis pecados. Los que por el momento no entendía, claramente. Eran tantos mis argumentos y razones para odiar aquella construcción, aquella maldita religión capaz de volver insensibles a mis propios padres, si me discriminaban ellos que decían amarme, qué demonios podía esperar yo de la sociedad.
La última vez que expliqué aquello una gran bofetada me silenció mientras unas gotas de sangre ensuciaban el blanco cobertor de mi cama. Mi padre, aquel ser humano intachable que dictaba catequesis familiares no podía con una chica de 18 años que amaba a su mejor amiga. Me trató de desviada, fue entonces cuando agradecí a Dios por este don, yo no soportaría nunca más que un sujeto enorme pusiese una mano en mi rostro, no volvería a tolerar marcas lilas bajo mis pómulos, aquellas que me recordarían durante algunos días, la intolerancia y falta de control que podían experimentar algunos hombres.
Mi pequeña Eva, sólo podía llorar cada vez que veía las marcas de la intolerancia en mi rostro, deseaba poder hacer algo más por mi, juró que nunca más tendría que pasar por esto y comenzó a visitarme menos…Se sentía culpable de cada una de las heridas, culpable incluso de amarme y observarme con ternura.
Tomé esa Biblia en un arranque de ira y con las velas que del altar ante el que supuestamente debía estar orando, comencé a quemar las hojas que arrancaba, en un intento de liberarme de aquel estigma…Entonces Dios creó al hombre, luego de una costilla a la mujer…quizás por eso se sentían con el derecho de discriminarnos, en esas páginas se fundamentaba el machismo y la homofobia. En ese histórico libro plagado de metáforas propensas a cientos de explicaciones confusas y retorcidas. Las páginas ardían ante el altar y una ola de valentía me invadía. Me concentré en llamar a Eva, hoy me escaparía de casa para siempre, nos iríamos a vivir lejos, no importaba si era en una choza de un apartado bosque o bajo un puente, junto a ella sería tan hermoso como el paraíso. Abrí la ventana, afuera llovía, debía encontrar el modo de bajar sin hacerme mucho daño. Luego correría a una caseta telefónica y la llamaría, nos encontraríamos en alguna cafetería y podríamos huir. Al menos ella no estaba confinada en su casa, sus padres se limitaban a alejarla de mí y presentarle muchachos que solían representar algo así como un buen partido. Tomé todas mis joyas y dinero guardado, una mochila con ropa y planee mi huída. Agradecí que mis padres nunca tuviesen tiempo para mí, ni siquiera para hacer de carceleros, de seguro a esta hora andarían pregonando cosas en la iglesia.
Continuará
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1 comentarios:

On 17 de mayo de 2009, 9:32 , Dai.Bot dijo...

muy bueno el cuento
es triste pensar que realmente hay gente que esta sufriendo asi en el mundo, cada dia que pasa siento mas que la religion es incompatible con la expresion del alma y del amor