Author: Anfechen
•18:56

Aquel libro me observaba de forma acusadora, no es que me afectara tener un bien público en mi poder y robarle algo al estado, lo que en realidad me abrumaba era no entregar el libro a la única trabajadora de la biblioteca municipal, la bella bibliotecaria, sólo porque esta no tenía voz.

Ya había pasado una semana desde entonces, y de forma infantil había tomado colectivo cada día para no toparme con ella en la micro, una terrible decisión para mi presupuesto, pero mucho peor para mis ganas abominables de verle aunque fuese de lejos. Sí, era contradictorio, me debatía entre ver su hermoso rostro de nuevo, y desentrañar el significado de cada una de sus miradas de misterio, enfrentando la noticia más sorprendente de mi vida. Y la cómoda idea de fingir que la mujer más atractiva del universo no existía.

Sin pensarlo más de la cuenta, tomé el libro y mi chaqueta, esta tarde iría a la biblioteca, hablaría con ella, me disculparía por ser tan vergonzosamente estúpido y leería, aún no me acostumbraba a la idea, todos sus papeles impresos. Eso sí, hablaría de forma normal, eso era lo que más temía en realidad, qué tal si comenzaba a hacer señas con las manos o alzar la voz cual si ella fuese también sorda. Debía prepararme para no volver a hacer eso, pues al parecer, le incomodaba. Bueno, a quién no, de seguro me veía estúpido gesticulando.
El camino fue eterno, al fin llegué ante el portero, ahí estaba ella, hermosa como siempre enfrascada en un libro, curiosamente, era igual al que yo devolvería. La observé por algunos minutos, hasta que al fin hablé.- Hola, vengo a pagar la multa de este…libro.-Me interrumpí cuando sacó su mirada de las hojas y la lanzó a mis ojos con un dejo de indignación y sorpresa. Luego me extendió la mano para recibirlo y comenzó a teclear en la computadora, tomó una hoja de oficio y un plumón para escribir con números gigantes el total de la multa. Pagué de inmediato y le pregunté si podría invitarla a un café, ella negó con la cabeza y me miró, ahora sí, con auténtico enfado.

No me moví de ahí, quería que me escribiese algo, lo que fuese. Me ignoró por completo durante toda una hora, comenzó a oír a Bach y menear la cabeza mientras dibujaba algo que parecía una historieta. Dibujaba bastante bien, la historia era novedosa y entretenida, con mensajes sociales, lo sabía, la chica debía ser una revolucionaria. -¿Cuándo la termine puedo verla?- pregunté con cautela, ella me miró por un momento, parecía debatirse entre una buena o mala respuesta, al final sonrió y me miró de un modo que no necesitó palabras para reforzar nada. Aquí y en cualquier lugar del mundo eso era un, “de acuerdo”.

Observó el reloj y tomó rápidamente su abrigo, se desordenó el cabello para ocultarlo bajo la boina y me señaló un cartel que decía.-“No voy a quedarme horas extras”.- mientras sonreía. Aprovechando aquella oleada de buen humor, le volví a invitar a un café, nuevamente me miró asintiendo con la sonrisa más pura que he visto. En respuesta a eso, mi corazón comenzó una acelerada carrera, sé que le sonreí de forma refleja, y sin pensarlo tomé su mano. Para mi sorpresa, no me golpeó, se ruborizó un poco, observó nuestras manos y retiró la de ella delicadamente, luego sonrió nerviosa y comenzó a correr. Como era de esperar la seguí, cuando al fin llegué a su lado, aún sonreía. Me observó inquieta, buscó en su portafolio y me mostró la hoja que decía.- “¿Cómo está/s?- Como nunca, respondí. Su mirada inquisidora, ya no era gélida, si no que tierna, sus ojos eran una mezcla entre verde y miel. Estoy feliz como nunca había estado antes, agregué. Buscando en su portafolio, seleccionó tres hojas que decían;
-“Tú vida no ha tenido muchas emociones entonces, amigo”, “Que tal si vas a un parque de diversiones” y la última decía “¿Cuál es su/tú nombre?
Respondí a todas de una vez.- Ha sido bastante emocionante y no sabe cuánto, los parques de diversiones no me agradan, son una oda al capitalismo, ¿Hay algo peor que cancelar por divertirme? Mi nombre es Franco. Ella observaba sonriendo, mientras levantaba un nuevo papel que rezaba -“Anticapitalista = amigo”.

Aunque nunca fuimos por el prometido café, paseamos por una alameda hasta que el sol se ocultó, las horas pasaban muy rápido en su compañía. Fue muchísimo más cómodo de lo nunca imaginé, probablemente porque su rostro era tan expresivo que en ocasiones no necesitaba el respaldo de las hojas para saber qué quería decir. Esa fue la primera vez que regresamos juntos en la micro, me ofrecí bajar antes y dejarla en la puerta de su casa, pero se negó rotundamente.
Pensé en ella todo el camino a casa, realmente la felicidad me desbordaba, no era como la imaginaba para nada, era increíblemente diferente a todas mis expectativas y por lo mismo aún más atractiva.
En varios mensajes de texto le conté que escribía para un diario local, que repudiaba el capitalismo como semilla de todos los frutos podridos que tenían el mundo en esta evidente decadencia, y que clandestinamente, luego de mi horario de trabajo imprimía una revista que enunciaba todos aquellas noticias que el diario omitía por la evidente manipulación política sobre los medios de comunicación masiva.

Así pasó el tiempo, y cada día intercambiamos más ideas, a medida que transcurrían los meses, Carla ya no empleaba tanto su portafolio, sino que escribía con una caligráfica letra gotica varias de sus ideas. Aunque no sabía nada sobre su familia o amigos, aunque no conocía su casa, ni sabía de donde salía para tomar la micro, ella se transformó irrevocablemente en parte de mi vida, no sabía nada de su mundo concreto, pero sus ideales eran tan tangibles como los míos.

Ya habían transcurrido los dos meses más bellos de mi vida, cuando aquel lunes primaveral la esperaba con un ramo de flores. Como de costumbre el paradero estaba vacío, ya que Carla solía surgir de la calle en su apresurada carrera. Sin embargo, no apareció. El conductor esperó unos minutos más y luego me observó incrédulo.-¿La niña está enferma hoy?- No lo sé, respondí, no la veo desde el viernes. El me miró sin entender. No es mi novia, agregué, más quisiera yo…, somos amigos, sólo la veo en los trayectos y cuando la recojo del trabajo, no sé dónde vive. El sonrió y me dijo, ya veo. Es curioso sabe, desde que la conozco nunca ha faltado a trabajar, tiene una salud envidiable. Su comentario, me preocupó muchísimo más.

El camino a mi trabajo fue difícil, por más que le envié mensajes no obtuve respuestas. Al llegar al diario vi algo sorprendente. Un enorme mural con la primera parte de su historieta me observaba intranquilo. En la parte inferior derecha, negras letras góticas firmaban con su nombre.
Mi día de trabajo fue terrible, la ansiedad definitivamente nunca fue mi amiga, esa tarde corrí literalmente a la biblioteca, que se encontraba misteriosamente cerrada. El portero me preguntó por ella, y entonces supe que no obtendría más información en ese lugar. Busqué a Marcos, su amigo, el sujeto tampoco sabía nada ni conocía su dirección. Todos coincidían en una sola cosa, Carla jamás había faltado al trabajo. Un día de ausencia, no obligaba a nadie a preocuparse, a nadie que no fuese yo. Para ellos resultaba fácil, sus corazones no latían al compás del de ella. Francamente, estaba desesperado, algo me decía que no la vería más. Mi misteriosa amada le hacía honor a su nombre, ni siquiera en su lugar de trabajo conocían su dirección, al parecer muchos parecían evitar entablar mayores conversaciones con ella, de seguro por su “escucha activa”.
Luego de tres asfixiantes días sin la bibliotecaria, decidí buscarla de veras, entonces agradecí por mis rasgos psicópatas, le había tomado una fotografía escondido, y comencé a mostrar su foto en los alrededores de donde debía estar su casa. Para mi sorpresa, nadie parecía identificarla, la mujer del portafolio, mi amada Carla, sólo parecía ser visible para el sujeto de la micro.


Fin
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