Author: Anfechen
•11:38
El sol desplegaba sus últimos rayos en el cielo gris, dentro de la habitación su pálido rostro viraba del crema al violáceo, mientras su boca cerrada intentaba impedir la fuga de aire, que en estos momentos era lo que más necesitaba. Su pecho subía y bajaba erráticamente, con un evidente apremio respiratorio. Junto a ella, en un velador estaba la fotografía que solía mirar con los ojos inundados en lágrimas, era mi semblante sonriente y vivo.
Unas gotas de lluvia salpicaron la ventana, aunque mi favorito era el viento, en otras condiciones habría agradecido el agua caída del cielo para fusionarme entre las nubes. Otra vez Isabel comenzaba a llamarme con su desvencijada voz, era frustrante no poder contestarle, aún más no poder abrazarla. Recuerdo claramente como me sentí en el momento en que morí, aunque en mi caso fue diferente, pues una bala impactó en mi corazón, y antes de notarlo ya había dejado de respirar para ser lo que soy ahora, un fantasma. Un alma en pena, como se dice, aunque prefiero lo primero ya siempre he tenido serias dudas sobre la existencia del alma.

En ese entonces, era yo un joven de 23 años, humano, por tanto albergaba un gran numero de defectos y virtudes como cualquier otro. Y claramente, tenía también aquellas características difíciles de definir como buenas o malas, era obstinado, tenaz y valiente, lo que me llevó a luchar contra las injusticias de todo tipo, y me envió directamente al cajón en que me sepultaron. Eso se consigue cuando sigues gritando, cuando luego de los golpes tu voz se oye más fuerte, cuando tu mirada es desafiante…
Recuerdo con claridad el momento, probablemente porque fue la última vez que mi cerebro trabajó en serio. Era una mañana de invierno en la capital, el concreto, los edificios, y las nubes otorgaban la sensación de estar dentro de una imagen en escala de grises, e incluso monocromática. Los únicos colores que distinguían mis ojos se encerraban en una persona; Isabel, cuyo cabello rizado y largo era de un intenso púrpura que realzaba la palidez de su rostro, dos enormes ojos azules se enmarcaban en oscuras pestañas largas y una pequeña boca roja me sonreía con nerviosismo.-¿Crees que logren detenernos hoy?- preguntó con una inusual voz ronca. Parecía orgullosa de ver la multitud que había acudido a la manifestación.- Somos demasiados- dije de forma seca y la atraje contra mi, para alejarla de un errático proyectil. No se asustó, ella no le temía a nada, observó hacia atrás y sonrió abiertamente.- Es sólo un niño- declaró con ternura. Hacía eso cada vez que deseaba maltratar a alguien por exponerla a algún estúpido daño. Esa era mi Isabel, compartía mis ideales y gritaba tan alto como yo, no se rendía ante nada y solía ser tan intransigente como encantadora.
Una ráfaga artificial elevó los panfletos que habíamos elaborado, los gritos de protestas fueron apagados ante el ensordecedor ruido de tanques. El ambiente cambió súbitamente, venían a atraparnos con armas y sabía que no dudarían en usarlas, mi rostro ya era conocido, lo lógico era que vendrían por mi y que claramente intentarían dañarla primero, pues mi sobreprotección hacia Isabel era más que evidente. Le rogué que corriera a ocultarse, se lo imploré, pues se negaba a dejarme solo. Pero, honestamente ¿Cómo podía dejarla permanecer un minuto más junto a mi?, ¿Cómo podría ver sus suaves manos intentando cubrir su rostro de una brutal golpiza? La insté a huir, era ágil y veloz, y su pequeño tamaño le permitiría encontrar un lugar donde ocultarse, confiaba en eso más que en cualquier cosa. La besé con ternura y le prometí que estaría bien. Sentí su aroma a rosas y tomé por última vez su cintura. Tal como yo esperaba corrió con agilidad hasta perderse de vista, sabía cuanto le dolía hacer esto. Me perdí entre la multitud y pude observar el creciente pánico. Los enemigos no tardarían en buscar a los responsables, vivíamos en una democracia de facto en la que cualquiera que expresase algo diferente a lo del gobierno pagaba con la diplomática y limpia aniquilación de un trabajador que pasaba de inmediato a la amplia lista de cesantes subversivos, situación que anulaba cualquier probabilidad de obtener un nuevo empleo. El capitalismo y el gobierno se aunaban para destruirnos y explotarnos por igual. Ahora bien, para los cesantes subversivos que insistían en protestar, no quedaba más opción que la cárcel. Eso si era la primera vez que te sorprendían, mi historial intacto daba fe del gran número de veces que había creado una monumental marcha para luego huir en masa y trasladarnos de cuidad. Realmente, nunca creí que vendrían sólo a detenerme. Pude intentar huir junto a Isabel, pero la perspectiva de una persecución en la que resultase herida me detuvo, lo mejor era estar alejado de ella, al menos hasta que pasara la tormenta. Los gritos se apagaban de a poco, el ensordecedor ruido de la opresión, unido al miedo, lograba que la multitud desistiera de gritar. Caminé gritando con más fuerza, y comenzamos nuevamente, los tanques no serían lo suficientemente grandes como para acallar nuestras voces, cuyo sonido no temblaba al chocar con el frío metal. Fue entonces cuando una voz amplificada por un megáfono gritó mi nombre y apellido. Mis amigos me detuvieron, todos sabíamos que nadie querría solo charlas junto a mí. Transcurridos los segundos, la voz se tornaba más amenazante, si no me entregaba dispararían a todas las personas que allí se encontraban. Aquellos ineptos soldados de plomo, estaban diseñados para disparar sin pensar. No lo dudé, no podría cargar con el peso de la culpa, Isabel en mi lugar habría hecho lo mismo. Corrí a enfrentarme a los uniformados, exigieron que me arrodillara, ansiaban mi rendición tanto como las ganas que tuvieron de tenerme a su lado como orador. Me mantuve en pie con una sonrisa de suficiencia, la gente continuaba gritando, no me rendiría nunca. Fue entonces cuando me golpearon, volví a ponerme en pié y grité con más fuerza. Vi la pistola que acabó con mi vida, el hombre que disparaba no era importante para mi, sabía que era un pobre diablo dominado por el sistema, un pobre infeliz que debía tener un arma en las manos para sentir la seguridad que todos los demás obteníamos con el solo hecho de respirar. No le miré con rabia, sino que con pena, me compadecía de ese pobre asesino y su miserable vida rodeada de temores y cobardía. El sonrió, quizás porque su retorcido cerebro creyó que yo le temía. Disparó con la crueldad clavada en los ojos, y la bala impactó en mi pecho, lo último que dije fue.- Díganle que huya, que cambie de identidad-. Hubiese querido decir más, agregar que deseaba pedirle perdón por abandonarla, que la amaba más que a todo en el mundo, pero ninguna de esas palabras fue realmente emitida, podía pensarlas, sentirlas mas no articularlas. Mi voz se apagó súbitamente. Llevé mis manos a la garganta y noté que un líquido viscoso y tibio entorpecía los movimientos, era sangre. Me incorporé con una agilidad inesperada y de manera irreflexiva traté de sentir el pulso en mis arterias, sólo encontré la leve vibración del roce de un pétalo de rosa contra una hoja. Las sensaciones eran incorpóreas y muy suaves como para ser humanas. No sé cuántos minutos acribilló el reloj de la plaza central, pues el tiempo y espacio me parecían ajenos y sin sentido. Observé el vuelo de un pájaro y vi como aparecían las primeras estrellas dispuestas a decorar el cielo. De pronto, el fuerte llanto de una mujer me trajo de vuelta al crudo escenario. La conocía, la amaba con cada parte de mi ser, o mi no ser, considerando que ya no estaba vivo, pues ningún vivo deja de sentir el dolor de un corazón roto, como me ocurría a mi en aquel momento.
Las lágrimas azules de Isabel rodaban hasta mojar aquel largo cabello púrpura, estaba desesperada y sola en medio de la calle inundada de gente y algarabía. Traté de tocarla, pero esta vez sólo sentí el roce del aire contra la brisa del mar. Isabel se estremeció en sollozos silenciosos jurándome amor eterno. Debí morir de tristeza, pero no me era posible, no en la suavidad de la brisa, no en el nuevo estado en que no sentía ni frío, ni calor, ni dolor, ni dicha. Yo era la nada, mezclado con el todo.
Continuará...
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1 comentarios:

On 24 de febrero de 2010, 12:44 , Anónimo dijo...

me avisas cuando subas el resto :D
Carlos N