Author: Anfechen
•12:33
No tuve conciencia hasta que aparecí en el cementerio en que me sepultaron, estaba sobre mi lápida y Franco me miraba calmadamente.- Creí que te irías para siempre.- murmuró. No entendí el significado de las palabras y miré con expresión torturada. ¿Irme? A dónde iba a irme si estoy muerto, respondí ofuscado. Él me dijo- Gastaste casi toda tu energía, creí que ya habías ido adonde van todos, tu sabes, los que “descansan en paz”. Me tomó algunos minutos responder, y la verdad es que respondí con una pregunta que no se relacionaba en nada con el tema. - ¿Dónde está Isabel?- En su casa, supongo, dijo Franco. Recordé la situación del espejo y se la conté aún atontado. Él abrió los ojos y me dijo. -Eso es algo muy complicado. Pero ocurre, el problema es que gasta tanta energía, que algunos empiezan a desaparecer, ya sabes como los fantasmas viejos.- No tengo idea, le dije, ya ves que soy nuevo aquí. Y entonces me dijo, que algunos vivos podían ver a sus muertos, y otros aún más escasos a varios muertos. Me explicó que los fantasmas más viejos, los que llevaban más de cien años en el limbo, comenzaban a gastar parte de su energía y sólo les podían ver el rostro, un fugaz destello del rostro de un fantasma. Eso era todo lo que veían los vivos con la capacidad extrasensorial de ver el más allá, el tiempo suficiente como para convencerse de que era una alucinación y no seguir ahondando en el asunto.
No supo decirme porqué había desaparecido y perdido el conocimiento cuando Isabel me había visto. Pero concluimos que se debía al gasto de energía y a lo emocionado que me encontraba en aquel momento. Sin pensar más en la situación, me uní al viento y viajé hasta Isabel. Ella conversaba animadamente con Marcos sobre sus planes, el la convencía de ser más cautelosa y ella respondía con acusadoras miradas de enfado. Él se ponía cada vez más serio, y yo negaba con la cabeza, pensando que así jamás la conquistaría. Llegada la hora de irse, Marcos intentó abrazarla torpemente, Isabel se apartó con agilidad y lo despidió de lejos. La cosa iba de mal en peor, y seguro que mi declaración de amor no había ayudado en nada. Me pidió que la acunara como de costumbre y me pregunté cuánto tiempo habría pasado sumergido en la inconciencia, pues Isabel evitaba recordar nuestro encuentro. Supuse que la había asustado y no querría verme otra vez.
Continuará
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