Author: Anfechen
•18:20
Caminaba apresurada como de costumbre, con su delgada silueta envuelta en aquel abrigo negro. Un maletín en la mano derecha y bajo el brazo izquierdo un portafolio tapizado de fotografías en blanco y negro recortadas de algún diario que gritaban de todo; desde mensajes sociales, hasta imágenes de bombas nucleares tachadas con un plumón. Nunca había hablado con ella pero aquel portafolio me daba a entender que pensaba como yo. La muchacha debía ser una revolucionaria, de esas que no necesitan gritar para expresar mil ideas con la sola mirada. Ah…su mirada, eso sí que me daba para escribir cientos de novelas. Sus ojos eran de un color indefinido e indescriptible, decir que eran de color miel, verde, azul o violeta era pasar por alto aquella amplia gama de colores que destellaba cuando pestañeaba.

Al fin alcanzaba la micro, al parecer siempre se retrasaba y debía correr agitando los brazos para que el chofer la esperara, éste ya la conocía, así que sonreía al verla subir. También yo, pero la diferencia es que para mi el viaje era el mejor momento del día sólo porque estaría más cerca de ella, y porque como siempre, viajaría todo el camino preparándome mentalmente para entablar alguna conversación con ella. Lo que en estos dos años, nunca había ocurrido. Siempre se sentaba en un lugar vació, como todo el mundo, entonces yo maldecía el hecho de que tomará la micro justo luego de que el centenar de escolares se bajase. Bueno, quizás era más lista que yo y calculaba ese gran detalle para poder viajar más cómoda. El caso es que no llegaba el día en que se sentase junto a mí, y esto sumado a mi timidez reducía las posibilidades de entablar alguna conversación a cero.

Para los demás podía ser una pasajera más, pero para mi era un misterio disfrazado de mujer, por ejemplo, jamás en estos dos años había escuchado su voz, al subir a la micro saludaba con la mirada, mostraba una tarjeta al micrero y éste le sonreía de vuelta. Tampoco la oí contestar su celular, al parecer sólo recibía mensajes de texto, al menos el tono del mensaje era de mi agrado. Durante el viaje leía, algún libro que extraía del maletín, mientras balanceaba la cabeza al ritmo de una música que sólo ella oía en su mp3. Cuando era hora de bajar, arreglaba su boina inclinada y acomodaba sus oscuros rizos, entonces salía, nuevamente apurada a un destino que yo desconocía.

Mis amigos creían que estaba enloqueciendo, y se burlaban de mi timidez al momento de hablar con una dama. Yo me excusaba con el hecho de que ella era diferente y de seguro intimidaría a cualquiera. Como ocurrió el día en que traté de ayudarla a bajar y me observó con una gélida mirada que bastó para que entendiese que me estaba enviando al demonio. Después de eso presté más atención a su portafolio, la muchacha también era feminista.
A veces me preguntaba si en su mundo existiría lugar para un loco como yo, al parecer no había notado jamás cómo la miraba, siempre infinitamente concentrada en lo que sea que estuviese escuchando, miraba el paisaje absorta en pensamientos que cambiaban el tono de su mirada, de gris a verde, de verde a azul.

Seguirla parecía la idea propia de un psicópata, sin embargo era el único modo de saber algo más de la misteriosa dama del portafolio. Así, un lluvioso viernes de junio, en que ella caminaba a su destino, yo falté al mío.
Sin saber qué me esperaba, entré a la biblioteca municipal, ella saludó con una sonrisa al portero, colgó el abrigo y la boina, su cabello desordenado fue atrapado al instante por unas horquillas, y se ubicó tras el mostrador. De seguro notó que la seguí, pues me observó de un modo inquisidor. No me reclamó ni me preguntó qué se me ofrecía, sino que señaló un cartel que hablaba por ella, diciendo.-“Buenos días, en qué puedo ayudarle”.- Entonces el tic-tac del gran reloj, me indicó que era hora de ir a trabajar y dejar en paz a la bella bibliotecaria. Sin responder corrí, mientras inventaba una excusa mejor que la realidad en caso de ser sorprendido por mi jefe.

Como era de esperar una vez que salí del trabajo fui hacia la biblioteca a buscar cualquier libro, y excusarme por mi torpeza en la mañana. Al entrar ella se paseaba de un lado a otro en puntillas, danzando música clásica, cuando me vio se sonrojó, fue hasta el mostrador, bajó el volumen de la radio y me sonrió como disculpándose. Yo comencé diciendo que en la mañana había ido en busca de un libro, ya que parecía menos vergonzoso y enfermo que la verdad. Ella me miró de modo comprensivo y me guió hasta la sección donde yo debía encontrar el dichoso libro. Luego se fue a recortar más fotografías de periódicos que pegaría en su portafolio. Bastó que tomara su abrigo para entender que era hora de irme, a decir verdad ese día planeaba irme charlando con ella en la micro de vuelta a casa, pero un sujeto rompió mis ilusiones, cuando noté que la invitaba a tomar café y ella asentía con una gran sonrisa.

Tuve que esperar hasta el lunes para verla otra vez, tiempo suficiente para armarme de valor y ensayar algunas frases. El trayecto hasta el paradero en que subiría la retrasada y misteriosa bibliotecaria, fue francamente agotador para mis torpes dedos, que golpeteaban la ventana de la micro de manera ansiosa. Al fin, subió y de forma instintiva levanté mi mano, saludándola como si fuésemos amigos desde siempre. Ella pareció algo contrariada, sin embargo algo tenía mi cara, pues decidió sentarse junto a mí. De forma nerviosa le saludé, y le pregunté si podía ir esa tarde a la biblioteca a dejar el libro prestado. Era una pregunta estúpida, ya que ese día debía ir por regla. Ella sonrió asintiendo con la mirada. Luego hizo algo para lo que nunca estuve preparado…

Abrió su portafolio y señaló una hoja plastificada impresa que decía.-Hola, ¿cómo está/s?- Me tomó algunos segundos comprender que la muchacha era muda, inmediatamente pensé que tampoco oía y empuñé mi mano con el pulgar hacia arriba diciendo bien con la mejor sonrisa que pude gesticular. Ella me observó un instante, negando con la cabeza y volteó varias veces sus plastificadas hojas hasta encontrar la que deseaba y me la mostró.-Soy muda, pero no sorda, oigo perfectamente.- Entonces, rebuscó en su bolso y me mostró los audífonos de su mp3 con una sonrisa. Me sentí realmente estúpido e incómodo, así que no hablé más. La bella mujer me miró de un modo extraño, casi desilusionada, entonces rebuscó en su bolso, se instaló los audífonos y comenzó a oír su música y balancear la cabeza como solía hacerlo. Me limité a observarla a través del reflejo de la ventana, aún avergonzado e incómodo, probablemente por el gran número de veces en que había imaginado su voz, a mi parecer debía ser grave y decidida.
Llegada la hora, ella alzó su mano en señal despedida, arregló su boina y comenzó a caminar apresuradamente.
Ese día no fui a la biblioteca, ya no me importaba pagar la multa, simplemente no sabía qué hacer si veía de nuevo a esa mujer sin voz.

Fin
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2 comentarios:

On 1 de julio de 2009, 14:40 , Carpenter dijo...

Que gran cuento... tendra una continuacion?
¿Por que escribes tan bien? no se vale... me estoy poniendo celoso... yo voy para atras xD

en fin... me gusto mucho...

es gracioso como nos cuesta reaccionar cuando algo nos fascina y nos damos cuenta de que no es lo que esperabamos... pero no por eso nos deja de fascinar...

cuidate mana!

 
On 1 de julio de 2009, 15:09 , Anfechen dijo...

Que eres ñoño! No tienes que ponerte celoso, siempre serás el mejor escritor de cuentos para mi! Es más yo me pondria celosa de ti si no fueses mi manito!!
Ah...y no has involucionado nada de nada!